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Usted, en Londres, hará todo lo que sea posible para descubrir si Blair fue víctima de una infamia y quiénes fueron los autores de ella, mientras yo, aquí en Italia, trataré de saber si ha existido, fuera del robo del secreto, algún otro móvil. Pero si la bolsita de gamuza hubiera sido robada, ¿no cree usted que Blair la habría extrañado?

Lo más probable era que la persona conocida con el sobrenombre de «el ciego», que era el enemigo de Blair, según se adivinaba por la carta, había conseguido apoderarse de la preciosa bolsita de gamuza, que, por derecho, me pertenecía ahora, como también del misterioso secreto que encerraba.

Uno de sus enemigos. ¿Pero sabía usted lo que contenía esa bolsita? Jamás me lo quiso decir fue la respuesta del capuchino, mirándome de lleno a la cara. Sólo me dijo que su secreto estaba encerrado dentro de ella... y tengo motivos para creer que así era. ¿Pero usted conocía su secreto? le interrogué, con los ojos fijos en él.

, lo sospecho fue su contestación clara y sin vacilación. Usted conoce su historia, señor Greenwood; usted sabe que él llevaba a todas partes un objeto guardado en una bolsita de gamuza, objeto que era su más precioso tesoro. El señor Leighton me ha dicho que se ha perdido. Desgraciadamente es así repliqué.

Me ha dejado como legado la bolsita que llevaba siempre consigo, junto con ciertas instrucciones interesantes que me esforzaré en cumplir. Muy bien gruñó. Proceda como le parezca más conveniente; pero prefiero que haya usted quedado dueño del secreto y no yo, eso es todo. Su disgusto y terror aparentemente no conocían límites. Luchó por ocultar sus sentimientos, pero todo esfuerzo fue en vano.

El secreto es mío ahora repuse, aun cuando no le dije que la misteriosa bolsita de gamuza se había extraviado. ¿Pero no sabe usted, hombre, lo que eso implica? gritó, poniéndose de pie delante de y entrelazando y retorciendo sus delgados dedos nerviosa y agitadamente. No, no lo contesté riendo, pues trataba de aparentar que tomaba sus palabras con ligereza.

Recuerde que él me mostró esa bolsita de gamuza, la primera noche que nos conocimos le dije. Me declaró entonces que lo que en ella se encerraba le daría fortuna... y ciertamente que ha sido así añadí, paseando la mirada por el magnífico salón. Le dio riquezas, pero no felicidad, señor Greenwood respondió tranquilamente.

Recordé el inmenso cuidado que había tenido con esa bolsita que yacía vacía sobre la mesa, y la negligente confianza con que me la había mostrado esa noche en que no era más que un vagabundo sin hogar que andaba recorriendo los caminos en busca de los molinetes. Mientras la tenía en su mano mostrándomela, había visto brillar sus ojos con una luz viva de esperanza y anticipación.

Traté muchas veces de hacerlo, pero nunca quiso revelármelo. «Era su secreto» me decía, y no añadía una palabra más. Reginaldo y yo habíamos tratado innumerables veces de saber lo que encerraba esa misteriosa bolsita, pero no habíamos tenido mejor éxito que la encantadora joven que estaba de pie delante de .

Hay marcadas sospechas contesté, aun cuando, según los médicos, ha muerto debido a causas puramente naturales. ¡Ah! ¡no creo! exclamó el monje, cerrando los puños fieramente. Uno de ellos ha conseguido al fin robar esa bolsita que él guardó siempre con tanto cuidado, y estoy convencido de que se ha cometido el asesinato para ocultar el robo. ¿Uno de cuáles? pregunté ansiosamente.