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Actualizado: 11 de junio de 2025


Don Tello es uno de los invitados á estas bodas, en las cuales se halla también Leonor; pero mientras todos se abandonan al júbilo y á la alegría, y Don Rodrigo manifiesta su gratitud á su noble huésped, por el honor que le dispensa, entran en la casa armados los servidores de Don Tello y roban á la novia.

Acabada la ceremonia, el amigo de don Hugo y los testigos se retiraron, y yo, triste y temerosa por aquellas bodas que se habían hecho junto á una moribunda, me quedé velando su agonía. Al amanecer murió. Aquel día un escribano vino á abrir el testamento. La buena doña María había dejado todos sus bienes, que eran muchos, á la esposa de su sobrino. Yo era ya rica.

Hacían grandes demostraciones de dolor en las muertes de sus parientes, y celebraban con bailes sus bodas y regocijos, constituyendo el principal adorno de sus galas, conchas y caracoles, engarzados en plumas y pequeños insectos de colores. El signo mayor de cariño consistía en pasar la mano por el pecho del que querían agasajar.

Y dixoles Iešus, Pueden los que šon de bodas tener luto entre tanto que el ešpošo eštá con ellos? Mas vendrán dias, quando el ešpošo šerá quitado deellos, y entonces ayunarán. Item, nadie echa remiendo de paño rezio en veštido viejo: porque el tal remiendo tira del veštido, y hazeše peor rotura.

Ella dice entonces que quiere un marido listo é ingenioso, diestro en cantar y tocar, y en efecto, poco después llega un galán con estas habilidades, sabiendo cantar y tocar la guitarra; lo acepta, y las bodas se celebran con fiestas y diversiones.

Este Rey trata de casar á su hermana Estefanía con uno de sus vasallos. Los pretendientes á su mano son el conde Vela y Don Fernán Ruiz de Castro. La Princesa se decide por el último, y deja que el Conde se abrase en un amor sin esperanza. Fernán Ruiz, poco después de sus bodas, se ve obligado á acompañar al Rey en una expedición contra los moros.

El padre y el hijo se dieron un abrazo muy apretado y muy prolongado. Al mes justo de esta conversación y de esta lectura, se celebraron las bodas de D. Luis de Vargas y de Pepita Jiménez. El padre vicario tuvo, pues, el gusto de casarla con D. Luis. La novia, muy bien engalanada, pareció hermosísima a todos, y digna de trocarse por el cilicio y las disciplinas.

Venía la hermosa Quiteria algo descolorida, y debía de ser de la mala noche que siempre pasan las novias en componerse para el día venidero de sus bodas.

La madre instaló a la bellísima nuera en su propia cámara, formada de cristales y espejos, hasta que llegase el instante de las bodas; y en tanto que el Sultán recibía los homenajes y plácemes de sus alcaides, wazires y walíes, las Sultanas salieron a solazarse con las esclavas por los espaciosos y mágicos jardines, trasunto del imperio de Flora y compendio aventajado del Paraíso, por quien tanto suspiran los creyentes en el Islám.

La luna de miel fue corta, y terminó con un incidente inesperado. Durante el viaje de bodas, confiaron a una hermana del coronel Roberto el cuidado de la niña. Al regresar a la ciudad, la señora de Ponce determinó inmediatamente visitar a la guardadora, para traerse la niña a casa nuevamente.

Palabra del Dia

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