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Actualizado: 19 de julio de 2025


Dentro, impenetrables misterios, medrosas tinieblas, luto y espanto; fuera, límpidos horizontes, aires purísimos, melancólicas armonías, luz, perfumes, espacios sin fin y caricias eternas de una mar bravía que viene sumisa y obediente á besar los pies del coloso, cual besan los blancos copos de las altas nubes su altanera cabeza. Dentro, la noche sin fin; fuera, el día sin crepúsculos.

Sus dientecillos blancos, de extraordinaria igualdad y finísimo esmalte, mordían los dulces cascos como Eva la manzana, pues desde entonces acá el mundo no ha variado en la manera de comer fruta. Saboreando aquella, Isidora ponía en movimiento los dos hoyuelos de su cara, que ya se ahondaban, ya se perdían, jugando en la piel. La nariz era recta.

Par Dios que los he de volar, chico con grande, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos. ¡Llegaos, que me mamo el dedo! Con esto, andaba tan solícito y tan contento que se le olvidaba la pesadumbre de caminar a pie.

Tal claridad hace ver bien cuanto vive al pie de los árboles grandes; los insectos que se arrastran, las florecillas que se balancean, los hongos y musgos que alfombran tierra y raíces, y sobre los mismos árboles, líquenes blancos y dorados que se mezclan y confunden con los rayos de luz. Según las estaciones, cambia incesantemente de apariencia el bosque de hayas.

El pescado es raro, el baño desconocido, por los feroces caimanes; la vida, en una palabra, imposible de comprender para un europeo. Los pocos blancos que he observado en la costa, tienen un color lívido, terroso y parecen espectros ambulantes. Las fiebres los han consumido.

Yo no se ¡ay! si los he hecho afortunados; lo que se es que ellos me han hecho muy desdichado, y que los perros, los monos y los papagayos lo son mil veces ménos que nosotros. Los fetiches holandeses que me han convertido, dicen que los blancos y los negros somos todos hijos de Adan.

Se reflejaban en los espejos ovalados a la moda antigua, fijado en los tableros blancos, en los que producían un efecto bastante lucido. ¡Extraño cortejo!

El vasto prado parecía una alfombra de fondo verde. Los pañuelos de las mujeres, blancos, rojos, amarillos, agitándose continuamente, llameando a la luz del sol, formaban sobre aquel fondo un dibujo movible de brillantes colores. La carretera mandaba de Sarrió a cada instante nuevos pelotones de gente, que se diseminaban por el prado a entrambos lados.

De todas las ventanillas surgían brazos arremangados agitando gorros blancos. Sobre los techos, algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos y las piernas abiertas, mientras el viento hacía ondear los pliegues de sus pantalones negros sobre unas polainas claras.

Que de estas conversaciones resultó que el cacique Neucupangui, que tiene su habitacion y terreno adelante de Rio Bueno hácia las cordilleras, le comunicase que los españoles que buscábamos, estaban á este lado de la Cordillera; pero que fuera de estos habia al otro lado, á orillas del mar, otros Huincas, ó españoles muy blancos, que eran muchos, y se hallan allí poblados de navíos perdidos; que eran muy valientes, tenian murallas, y no se darian por bien.

Palabra del Dia

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