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Actualizado: 19 de julio de 2025


D. Cristóbal Mateo, a quien apodaban de este modo en el pueblo, era un antiguo empleado que había servido muchos años en Filipinas, y que estaba jubilado hacía ya algunos, con treinta mil reales. Tenía porte militar, una figura realmente marcial con sus bigotazos blancos, ojos saltones, cejas espesas y velludas manos. Sin embargo, en todos los dominios españoles no existía hombre más civil.

Peces azulados, rojos, grises y blancos, surcan como rayos la cristalina agua ó pasan bajo las guirnaldas del bosquecillo acuático como si pasaran bajo arcadas triunfales.

Pero ¡ay! ¡es demasiado tarde... demasiado tarde! ¿Demasiado tarde? exclamé. ¿Por qué? Quedó callada. Su semblante cubriose de una repentina palidez mortal y hasta sus labios se pusieron blancos: luego la vi temblar de pies a cabeza. Repetí mi pregunta gravemente, con mis ojos fijos en ella.

Pintaba sus mejillas el abrasado calor de la fiebre; sus brillantes ojos aún eran hermosos, su boca sonreía dulcemente aún, pero en los hoyos de aquellas mejillas demacradas estaban sepultados los graciosos hoyuelos de antaño y los labios se entreabrían para facilitar la respiración fatigosa exponiendo los blancos dientes, más aún de lo que acostumbraba hacerlo en tiempos ya lejanos.

Y sin embargo, al poner proa al Oeste, siguiendo la misma latitud, refrescaba el aire, y el Almirante encontraba en las costas de Venezuela la isla de la Trinidad, «de temperancia suavísima según sus escritos , con tierras y árboles muy verdes y hermosos, como en Abril las huertas de Valencia, y la gente de muy linda estatura y casi blancos, más astutos y de mayor ingenio que los negros, y no cobardes».

No creía en los sastres de Vetusta y ni unas trabillas compraba en su tierra. Nadie era sastre en su patria. En verano prefería los sombreros blancos, los chalecos claros y las corbatas alegres. La esencia del vestir bien estaba en la pulcritud y la corrección, y el peligro en la exageración adocenada.

Sus espaldas encorvadas y sus cabellos blancos le dan casi el aire de un anciano, bien que no tenga más que cincuenta y cinco años. Pero la flor más fresca de la juventud está a su lado: una rubia jovencita, de diez y ocho años, de rostro hoyuelado, que en vano ha tratado de alisar y recoger sus rizos bajo el ala de su sombrero obscuro.

Los salvajes, al notar aquellas maniobras, presumieron que los blancos se preparaban a abandonar la bahía y acudieron a la playa dando furiosos gritos y blandiendo las armas. Algunos, más audaces, se arrojaron al agua, mientras los otros saltaban hasta los extremos de la escollera; pero un disparo de la lantaca hizo caer a tres o cuatro, refrenando el ardor de los demás.

El espectáculo que ofrecía la plaza era precioso; los techos enteramente blancos; todas las líneas horizontales de la arquitectura y el herraje de los balcones perfilados con purísimas líneas de nieve; los árboles ostentando cuajarones que parecían de algodón, y el Rey Felipe III con pelliza de armiño y gorro de dormir.

Los cabellos blancos que hoy cubren mi cabeza se erizan todavía al recordar aquellas tremendas horas, principalmente desde las dos a las cuatro de la tarde.

Palabra del Dia

godella

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