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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Claro está que en la provincia de Córdoba hay damas ricas, que han estado o están en Madrid, que tal vez han ido a Baden o a Biarritz algún verano; que hablan francés, que han paseado en el bosque de Boulogne, que conocen acaso varias cortes extranjeras, que leen las novelas de Jorge Sand y los versos de Lamartine en la misma lengua en que se escribieron, y que se visten con Worth, con Laferrière, con la Honorina o con la Isolina.
Extendíase este por detrás de Biarritz, estrellándose contra las rocas con furor inmenso, amenazador e imponente, bajo aquel límpido azul y con aquel sosegado tiempo, como un gesto de terrible cólera en el rostro de una serena divinidad.
Tres días antes había salido para Biarritz, manifestando á su secretario que tardaría unas dos semanas en regresar, y se presentaba inesperadamente, con una cara que daba miedo. ¿Qué negocio se le habría torcido al grande hombre, hasta el punto de hacerle perder su solemne gravedad?...
La marquesa dio entonces el primer paso, diciendo con intención marcadísima: Sí... Parece que Biarritz es el teatro escogido para las negociaciones diplomáticas. Hízose Jacobo el sueco y contestó con tono doctoral de hombre político: Dudosas se presentan... No creo que cuaje ninguna... ¿Ninguna? preguntó riendo la marquesa . ¿Ni tampoco las mías?
Y él se fue, sí, señor; pero se fue donde estaban ellas: primero a San Sebastián, luego a Biarritz, quince días a París... y donde fue no lo sabemos, pero... ¿Clotilde le robó el novio a Julia? Sí, señor; robado, esa es la palabra. Parece que la cosa comenzó con bromas y coqueteos; no sé lo que sucedería; pero o ella le volvió loco, o él pensó que más valía la rica que la pobre.
Era una canción al mismo tiempo alegre y melancólica, monótona y llena de variaciones. Pasamos por delante de Biarritz, con sus rocas, y comenzamos a avanzar por delante de esa línea de dunas blancas que forma la costa vasco-francesa hasta llegar al promontorio pizarroso de Socoa. Larrun apareció cortando el cielo, y más lejos, los montes de España.
Este verano, en Biarritz, ella y el chico de Fonseca se ponían de un modo por las noches en la terraza del casino, que era cosa de sacar fotografías iluminadas. Allá Cobo, antes de irse, hizo también algunos cuadros disolventes en los jardinillos. ¡Sí, sí; bien me ha comprometido esa chica! manifestó Cobo en tono cómicamente desesperado. Ya no tenías mucho que perder.
Los españoles lo invaden en verano, los ingleses en invierno y los rusos en otoño, como si por turno quisieran disfrutar sus comodidades bastante problemáticas y sus encantos harto discutibles. El lujo se apresuró a levantar allí villas y palacios; la especulación, hoteles y casinos; sólo la piedad se quedó con las manos quietas. En Biarritz apenas si existe una iglesia.
La duquesa le hizo callar de un abanicazo, y la López Moreno, llena de satisfacción al verse objeto del interés de todos, continuó el relato de su susto, un susto atroz, una barbaridad de susto... El tren traía cuarenta y dos coches atestados de gente que iba a Biarritz, a San Juan de Luz, a Bayona, a cualquiera parte, con tal de pasar la frontera.
Más entoldado cada vez el celaje, se acumulaban en él nubarrones plomizos, como enormes copos de algodón en rama, hacia la parte donde caían Biarritz y el Océano. Ráfagas sofocantes cruzaban, muy bajas, casi a flor de tierra, doblegando los tallos de los juncos y estremeciendo el agudo follaje de los mimbrales a su hálito de fuego.
Palabra del Dia
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