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Actualizado: 23 de julio de 2025
Decía así, en letra sólo para Ana inteligible, nerviosa y rapidísima: «¡Memorias!... ¡Diario!... ¿por qué no? Benítez lo consiente». Memorias de Juan García, podría decir algún chusco.... Pero como esto no ha de leerlo nadie más que yo.... ¿Qué es ridículo? ¡Qué ha de ser! A Dios gracias, estos miedos al qué dirán ya han pasado. La salud me ha hecho más independiente.
La señora de Benítez, a pesar de lo tétrica que era en el pronosticar, tenía mil excelentes cualidades.
Allá se fue también Mesía, accediendo a los ruegos de su amigo el ex-regente. Veinte días después volvían los tres juntos a Vetusta; Benítez felicitó a la Regenta por su notable mejoría; ahora si que estaba la salud asegurada; ¡qué color! ¡qué morbidez! ¡qué sólidamente robusta volvía!
Por muchos días lo olvidó todo para no pensar más que en su salud; la horrorizaba la idea de la locura y el miedo del dolor desconocido, extraño, del cerebro descompuesto. Llamó a Benítez con toda el alma, y principio de la cura fue este mismo afán y el obedecer ciegamente las prescripciones del médico. Pero, ¿dónde estaba el campo? Ellos no tenían en la provincia de Vetusta una quinta de recreo.
Hasta le ha pasado aquella exaltación un poco selvática, aquel amor excesivo a los placeres bucólicos, aquella exclusiva preocupación de la salud al aire libre, del ejercicio, de la higiene en suma.... Todos los extremos son malos, y Benítez me tenía dicho que la verdadera curación de Ana vendría cuando se la viese menos atenta a la salud de su cuerpo, sin volver, ni por pienso, al cuidado excesivo y loco de su alma. ¡Aquello era lo peor!
Este es el siglo de las luces, no es el siglo de los santos. ¿No opina usted lo mismo, señor Benítez? Sí señor dijo el médico sonriendo y chupando su cigarro. ¿De modo que usted opina que mi mujer está curada del todo?... ¿radicalmente?...
El Magistral tuvo que quedarse con Ripamilán, don Víctor, el gobernador, Benítez y otros señores graves. Benítez era joven, pero prefería hacer la digestión sentado y fumando un buen cigarro. Don Víctor se acercó al médico, en el hueco de un balcón y De Pas pudo oír el diálogo que entablaron. ¡Oh! no puede figurarse usted cuánto le debo. ¿A mí, don Víctor?
Tantas ideas y sentimientos encontrados, la vida retirada, y la conciencia de que en ella algo padecía y se rebelaba y amenazaba estallar, fueron concausas que trajeron las crisis nerviosas que estaba curando Benítez lo mejor que podía. Con toda el alma había creído Ana que iba a volverse loca.
Magnífica estatua... original pensamiento... oye: «La Aurora suplica a Diana que apresure el curso de la noche...». Ana aplaudió y atravesó el umbral. Don Víctor entró detrás diciéndose a sí mismo en voz alta: ¡Hija mía! Es otra.... Ese Benítez me la ha salvado.... Es otra.... ¡Hija de mi alma! Cenaron en la vajilla de los marqueses. Los dos tenían muy buen apetito.
Por un capricho la Regenta procuraba imitar la letra de la carta a que contestaba y que tenía delante de los ojos. «...No se queje de que soy demasiado breve en mis explicaciones. Ya le tengo dicho, amigo mío, que Benítez me prohíbe, y creo que con razón, analizar mucho, estudiar todos los pormenores de mi pensamiento.
Palabra del Dia
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