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Actualizado: 19 de julio de 2025


Un segundo tren nos condujo de Zuric á Basilea, al traves del canton de Argovia, de una parte del de Solera y de todo el de Basilea-Campaña. Toda esa comarca es bellísima, pintoresca en extremo, y es la mas poblada y mejor cultivada de toda la Confederacion.

Su bellísima frente ceñuda indicaba esta idea: «¿Pero a dónde me llevan estas tías?». Empezó a rascarse la cabeza, y dijo con sentimiento: «Pae Pepe...». ¿Qué te importa a ti tu papá Pepe? ¿Quieres un rabel? Di lo que quieres. Quelo citunas replicó alargando la jeta . No, citunas no; un pez.

Esta bellísima isla que goza de un saludable clima y produce el celebrado vino que en todas las buenas mesas se sirve, merece un viaje. Ocho horas solamente descansamos en Madera, en cuyo tiempo visitamos parte de la isla, corriendo sobre los esbeltos y ligeros caballos que aguardan dispuestos y enjaezados á la orilla del mar siempre que llegan viajeros.

En cambio se oyen músicas todas las noches en la bellísima plaza de San Márcos: de los muchos cafés que allí se encuentran, y de los cuales el de Florian es el mejor, sacan mesas y sillas á la plaza, que toda está perfectamente embaldosada.

Á dicha mujer podian aplicarse los versos siguientes de un célebre poeta italiano: Una cautiva que nombrarte temo, Cautiva con el nombre de señora; Una mujer bellísima en extremo Porque es muy bella la mujer que llora. Habia resuelto no nombrarla, para no profanar un sepulcro lleno de misterios y de dolores; pero no quiero dejar á los lectores con esa intranquila curiosidad.

En efecto, al día siguiente me mostró una bellísima cabeza de mujer como de cuarenta años, y había allí algo... en el semblante triste de aquel fantasma estaba el alma de Amparo. Calló el religioso, y yo quedé profundamente pensativo. Me había dado a conocer un nuevo rasgo del carácter romancesco de Amparo.

¿Quién fué Hasay? ¿Cuál fué su vida? ¿Cuál su historia? Poco más ó menos, procuraré recordar lo que en lenguaje natural y verídico me contó mi buena y bellísima amiga. Hasay, era allá por los años de 1845, una hermosa dalaga que contaba unos quince, desde que su madre, india en toda su pureza, lanzó el último aliento al arrancar de sus entrañas un pedazo de su alma en su hija Hasay.

Este corto diálogo basta para que el lector menos avisado conozca de qué se trata. El virrey había llegado a Lima en enero de 1639, y dos meses más tarde su bellísima y joven esposa doña Francisca Henríquez de Ribera, a la que había desembarcado en Paita para no exponerla a los azares de un probable combate naval con los piratas.

Colocóse en el centro un gran sitial gótico, preciosa joya arqueológica y artística, y hundidos en él ambos niños y estrechamente abrazados, habían de aparecer examinando juntos el diploma de los premios, un exacto facsímile de una bellísima miniatura del siglo XV; tendido a la larga ante ellos, Tock, el perrazo amarillento, apoyaba el hocico en el rojo almohadón de terciopelo en que descansaban los pies de los niños.

Y un ángel, una bellísima muñeca de nueve años, saltó del asiento del piano para caer en los brazos del niño, confundiéndose por un momento con sus besos, sus gritos, su risa, su alegría, sus almas inocentes y sus vidas inmaculadas, como se confundían los bucles de oro que rodeaban, como una aureola de rayos de sol, las preciosas cabezas de ambos. El niño se acordó al fin de sus premios.

Palabra del Dia

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