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Actualizado: 19 de julio de 2025
Al salir de su casa fuí á la de un gran fisiólogo cuyas opiniones en la materia no son menos valiosas á mis ojos. Le cuestionó sobre lo mismo, y su respuesta fué larga y bellísima. Hela aquí en extracto: «Tan ignorante se está de la constitución del agua como de la sangre.
Por calles traviesas me hago conducir hasta la altura del Arco de Triunfo, echo pie a tierra, enciendo un buen cigarro, trabajo por la moral pública ocultando mi reloj para evitar tentaciones a los patriotas extranjeros y heme al pie del monumento, teniendo por delante la Avenida de los Campos Elíseos, con su bellísima ondulación, literalmente cuajada de gente e iluminada a giorno por millares de picos de gas y haces de luz eléctrica.
Si la experiencia no lo atestiguase ¿quién seria capaz de sospechar que el principio vital de un gusano informe y asqueroso es el mismo de una bellísima mariposa? El Sueño y la Vigilia.
Aunque colocada y movida con suprema elegancia esta Venus, no es una diosa, sino una bellísima mortal. Emilio Michel dice de ella que «no tiene nada común con la divinidad clásica a que nos han acostumbrado las obras de los maestros italianos» . Quien así representaba a los dioses inmortales no había de tratar con mayor consideración a los filósofos que dudaban de ellos.
Por esas dijo Moreno con repentina gravedad, como si el contacto del oro en la palma de la mano hubiera comunicado alguna dignidad a su organismo, tengo en los Estados una mujer, y una bellísima mujer por cierto. Tres años hace que la vi, y un año que no le he escrito, en espera de que las cosas vayan por el buen camino y lleguemos al filón. Cuando esto ocurra, voy a mandar por ella.
Sin embargo, aunque no se lo dije con palabras, se lo dije con los ojos. Mi severa mirada confirmó sus temores: la persuadió de la irrevocable sentencia. De pronto se nublaron sus ojos; todo su rostro hermoso, pálido ya de una palidez traslúcida, se contrajo con una bellísima expresión de melancolía. Parecía la madre de los dolores.
En la escena, Dinorah, la pobre loca, cantaba la bellísima aria que la inspira su propia sombra proyectada en el suelo por la blanca luz de la luna, una de las más felices inspiraciones de Meyerbeer, que interpretaba admirablemente la entonces célebre Ortolani.
Aquella Monina, bellísima criatura de cuatro años, ídolo de su corazón por un fenómeno semejante al que hace a los grandes perrazos encariñarse con los niños, que le tiraba de las patillas y le hacía andar a cuatro pies, guiándole ella por una oreja, había rechazado un día un beso de sus aguardentosos labios, diciéndole con infantil repugnancia: ¡No..., que apesta!...
Bella, bellísima es Granada; mas ¿faltan acaso pueblos que rivalicen con ella en hermosura? Refléjase en las aguas del Guadalquivir una ciudad aun árabe que fue en otro tiempo corte de los califas.
Pero ya que no personas de tu misma sangre ¿no tienes allá alguien que te sea querido? Oh, sí, replicó el joven, suspirando. Vamos, ya veo. ¿Es hermosa? Bellísima. ¿Buena? Como un ángel. ¿Y no te ama? No puedo decir que ame á otro. En tal caso, tu deber es hacerte digno de su amor.
Palabra del Dia
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