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Á la izquierda, entre la bruma, se veía la tierra de Francia, aquella tierra donde sus antepasados habían derramado su sangre y conquistado imperecedera gloria; Francia, patria de tantos famosos caballeros, de tantas beldades, teatro de altos hechos inolvidables y asiento de los grandes monumentos, del arte, el lujo y la riqueza.

¿Por qué, sin buscar alivio a mi dolor y a mi llanto, fijo en mi pensamiento, de no quiero apartarlo? ¿No hay, acaso, otras mujeres ni otros amores, acaso, ni otras beldades que amantes me reciban en sus brazos? ¿Acaso en solamente Natura ha depositado la esbeltez y la hermosura y los mayores encantos?

En una palabra, ama la naturaleza, porque la naturaleza convida á sus sentidos con un placer más: placer de los sentidos; este es el sentimiento particular de Salamanca. Si la naturaleza no fuera un gran goce, un gran disfrute, el primero y más rico de los festines, la primera y más seductora de las beldades, D. José Salamanca no la amaria. Pero ¿en que consiste este raro fenómeno? No es raro.

Siguió el paso gracioso de las tapadas de negro manto, que le hicieron recordar á su tío el médico. En las noches de remolienda apartaba su vista muchas veces de los beldades morenas y jóvenes que danzaban la zamacueca en medio del salón. Le interesaban las matronas envueltas en velos de luto que hacían sonar el piano y el arpa, acompañando la danza con cánticos suspirantes.

Y díla que en tu pensil, en bullicioso tropel, huríes te han reclamado y beldades más de mil, y que a todas ellas, cruel, con esquivez te he negado. Sueño fugaz de la vida, campo esmaltado de flores, aura empapada de olores, carrera llana y florida...: tal es la infancia querida.

Pero la ojeada atrevida de una de aquellas beldades que danzaban ante las tres repúblicas y el beso que le envió con la punta de los dedos hicieron que Maltrana reconociese de pronto su rostro oculto tras los rizos ondulosos y la capa de colorete y polvos de arroz. ¡Cristo! ¡Si es el steward de mi camarote!...

Yo le escucho con gran gusto, y al sorprenderme de sus arrebatos líricos, me dice que lo atribuye al modelo que tiene delante... ¡Si es lo más gentil!... Pero nuestras beldades, o algunas de ellas, se han empeñado en estropear o destruir con los artificios de afeites y pinturas su propia hermosura natural.

En el numeroso séquito del príncipe y sus regios huéspedes figuraban capitanes y cortesanos de Gascuña y España, de Inglaterra, el Lemosín y Saintonge. En los asientos y gradas encantaban la mirada las morenas bellezas del Garona y junto á ellas las rubias beldades inglesas, ostentando unas y otras sus mejores galas.

Un árbol, del que había grandes bosques, daba su nombre a las islas; el uac-uac, llamado así porque gritaba o ladraba con iguales sonidos a todo el que ponía por vez primera el pie en el archipiélago. Y este árbol tenía en la extremidad de sus ramas, primero, abundantes flores, y luego en vez de frutas, hermosas muchachas, beldades vírgenes, que podían ser objeto de exportación para los harenes.

Las rústicas beldades de nítido rebocillo, trenza suelta y blancas alpargatas atraían a los pulcros y señoriales Febrer con una fuerza irresistible. Cuando doña Purificación se quejaba de las largas excursiones de caza que emprendía su hijo por la isla, éste se quedaba en la ciudad, pasando el día en el jardín para ejercitarse en el tiro de pistola.