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Actualizado: 23 de junio de 2025


Tenía puesta una bata de un gris muy claro, guarnecida con encajes y lazos del color que toma el granate cuando la luz le hiere. Las medias, de finísima seda, eran del mismo color, y ceñían sus pies unas chinelas grises, que aun siendo muy pequeñas, eran grandes para ella.

¿Qué es eso, qué es eso, mi hijita? ¿Qué quiere decir eso? ¿Sabéis lo que ha hecho ayer, señor cura? ¡Me ha pegado! ¡Pegado! repitió el cura con aire incrédulo, tan imposible le parecía que alguien se atreviera a tocar, ni aun con un dedo, a un ser tan delicado como mi persona. ¡, pegado! Y si no me creéis, os voy a mostrar las marcas. Y ya empecé a desprenderme la bata.

Una bata de terciopelo fuego encerraba apenas el misterio de su pecho, dejando adivinar las líneas audaces de sus senos altos y erguidos como los de la Venus de Milo.

Espérese un ratito y pasará. Quedose solo en el comedor mi hombre, y después de quince minutos de espera, Dorotea le mandó pasar. Estaba Fortunata en su gabinete, tendida en el sofá, la cabeza reclinada sobre un almohadón de raso azul. Tenía puesta la bata de seda y un pañuelo blanco finísimo a la cabeza, tan ajustado, que no se le veía más que el óvalo del rostro.

Mentira replicó Fortunata, oliendo su propio vestido . Está bien limpia. ¿Para qué dices lo que no es? No, lo que es dentro de casa, estás por aquello de ya engañé. Eso; ponte bien ordinaria y todo lo cursi que puedas. ¡Ay qué gracia!... pues hoy no me he puesto la bata de seda, porque he estado toda la mañana en la cocina. ¿Haciendo qué? Escabeche de besugo. Bien; me gusta.

«¡Ay!, qué pocos alientos me da usted... Y para colmo de desdicha, ayer tarde me hizo Eponina un escándalo. Si lo que a me pasa no le pasa a nadie... Me ha puesto unas cuentas... de lo más estrepitoso... Por una hechura ¡dos mil reales!, por avíos de aquella bata, sólo por avíos, ¡mil quinientos!... Es para matarla...».

La portera me la enseñó estando en su balconcito, con una bata muy lujosa, que bien puedo decir que me la ha robado a . ¡Y era fea, doña Manuela, muy fea! Huesos y pellejo nada más; pero con unos ojos de desvergonzada, que es sin duda lo que les gusta a los hombres.... ¡Mi Antonio, un hombre tan serio, con esa mala piel! ¡Ay, doña Manuela de mi alma, yo creo que me va a dar algo!

Al mismo tiempo que por una puerta de escape entraba Petra, su doncella, asustada, casi desnuda, se abrió la colgadura granate y apareció el cuadro disolvente, el hombre de la bata escocesa y el gorro verde, con una palmatoria en la mano.

Inesita saltó de la cama llena de sobresalto. Se puso una bata, sin atender a más cuidado, por la precipitación, y corrió al saloncito, donde Beatriz se hallaba. ¿Qué tienes, hermana? ¿Por qué lloras? preguntó Inesita con mucho cariño apenas entró en el saloncito y vió a Beatriz tan afligida.

Casualidad sería; pero al sentarse quedó fuera de la fimbria de su bata medio piececito primorosamente calzado con una babucha de raso, muy escotada, sobre una media de seda azul con rayas blancas.

Palabra del Dia

rigoleto

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