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Basta con lo dicho para apreciar la pasión desenfrenada por el lujo que dominaba entonces á la sociedad española, que no decayó tampoco en los reinados de Enrique IV y de los Reyes Católicos, y como muestra de la pompa, verdaderamente oriental, con que se ataviaron nuestros monarcas, véanse las riquísimas vestiduras que ostentan las estátuas yacentes de Don Juan I y su mujer en la Cartuja de Mirafiores, la del infante don Alonso en el mismo templo, la de Juan de Padilla y otras que sería enojoso mencionar.

El jardín de Falerina. Darlo todo y no dar nada. De un castigo tres venganzas. ¿Cuál es mayor perfección, hermosura ó discreción? Luis Pérez el Gallego. Mujer, llora y vencerás. Basta callar. La Virgen de los Remedios. Auristela y Lisidante. Mejor está que estaba. Mañana será otro día. El mágico prodigioso. San Francisco de Borja. Los dos amantes del cielo. Amigo, amante y leal.

¡Esto está hecho! dijo el Corregidor . Resta ahora saber, si es posible, quién son los padres desta hermosísima prenda. El padre respondió don Diego yo lo soy; la madre ya no vive: basta saber que fué tan principal que pudiera yo ser su criado.

Se me respeta, pero no se me ama; basta el más ligero motivo para que no se me oculte el desvío que causo. ¡Como ha de ser! ¡Y yo, á pesar de todo, me afano por complacerte, Margarita! La reina comprendió que debía bajar del empinado lugar á que se había subido; que debía ser mujer, y combatir al hombre, no al rey.

Basta, señor; semejantes ignominias no valen el trabajo que se toma al formularlas. Vi brillar repentinamente los ojos del anciano bajo sus espesas cejas como si una chispa se hubiera desprendido de ellos. Una débil sonrisa desplegó las rígidas arrugas de su rostro.

Basta tomar las aguas por inhalación, respirando, pongo por caso, las brisas del Atlántico en el mencionado Biarritz, en San Juan de Luz, en San Sebastián, en Santander o en Deva.

Hacer hablar con propiedad á un rudo gañán, describir con exactitud las costumbres de un país no basta para merecer el nombre de insigne novelista. Los griegos se reían de los pintores de bodegones.

Al preocuparse con la suerte de esos pobres huérfanos, al buscar con afán los medios de que vivan, obedece usted inconscientemente las órdenes de esa fuerza malvada. Cuando no le basta el atractivo del placer para la conservación de la vida, apela al sentimiento de compasión que ha puesto dentro de nosotros.

Basta ya por hoy. Otro día hablaré de otras razones menos disparatadas que alega el señor Merchán en favor de la guerra de Cuba. Ciencia exacta es la estadística. Yo no lo niego. Lo único que me atreveré á decir es que siempre que de estadística se trata, acude á mi memoria este cuentecillo.

Su faz resplandecía como la de un justo, aunque distaba mucho de serlo, como acabamos de ver. Después que se hartó de besar a los chicos salió del parque en una felicísima disposición de ánimo, prueba irrecusable de que un fútil suceso basta no pocas veces para acallar los más atroces remordimientos de nuestra alma.