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Como don Luis estaba acostumbrado a verla salir por las mañanas, ya a casa de su modista, ya a las tiendas donde se surtía de cuantas baratijas, chucherías y pequeñas galas necesita una muchacha rica, no imaginó hallar por este lado tropiezo a la realización de su propósito; pero, temiendo que cualquier otra eventualidad lo estorbara, al dar las ocho, se fue con el velo y los guantes puestos al cuarto del aya, y la dijo: Avíese Vd. pronto; vamos a salir.

Después fue distribuyendo por los bolsillos de su traje las cucharas y los otros objetos. La inmensa decepción que le había hecho sufrir la cándida avaricia de su abuela trocábase en compasivo regocijo al ver el cuidado con que envolvía el resto de sus baratijas. Ya has visto el tesoro siguió diciendo la vieja con voz misteriosa . eres el único que lo conoce. Cuidado con hablar.

Más seguro era esto que no la operación de llamar a los espíritus soterranos... Esto pensaba, cuando se encontró de manos a boca con Petra y Diega, que de vender venían, trayendo entre las dos, mano por mano, una cesta con baratijas de mercería ordinaria. Paráronse con ganas de contarle algo estupendo y que sin duda la interesaba: «¿No sabe, maestra? Almudena la anda buscando. ¿A ?

La vio cómo inclinándose cariñosamente sobre la hortelana enferma, abría un pequeño saco de raso que le presentaba su doncella; y rebuscando entre brillantes baratijas y bordados pañuelos sacaba la mano llena, brillando la plata entre sus dedos.

La luz, cada vez más atrevida, consigue acorralar á las tinieblas en los rincones de la estancia. Algo más se ve. Una mesa de escribir tallada con pésimo gusto, y sobre la cual hay muchos papeles y un enjambre de baratijas que los sujetan.

Y revolviendo en el fondo del baúl, entre mil baratijas y líos de trapos, sacó la sisona doce duros y medio y los dio a su ama diciéndole: «Es todo lo que tengo. No hay más: puede creerlo; es tan verdad como que nos hemos de morir». No podía remediarlo. Descontaba su propia caridad, y sisaba en su limosna.

Lo demás te lo guardará la abuela para otro caso de apuro, y cuando yo falte será para ti. Con un respeto religioso iba amontonando en el trapo blanco las deslumbrantes baratijas desordenadas por las manos del nieto. La vieja le tributaba mentalmente los mayores elogios. Su Isidro era bueno; no quería abusar de la bondad de su abuela, y la dejaba lo mejor.

Era hermano de un vecino nuestro en la Cava de San Miguel. Primeramente tuvo un cajón de casquería en la plaza, y después puso tienda de quincalla iba a todas las ferias con un sin fin de arcas llenas de baratijas, y armaba tiendas. Le llamaban Juárez el negro por tener la color muy morena. Viéndome tan mal, me ofreció el oro y el moro, y que iba a hacer y a acontecer.

Jacinta admiró la cómoda, bruñida de tanto fregoteo, y el altar que sobre ella formaban mil baratijas, y las fotografías de gente de tropa, con los pantalones pintados de rojo y los botones de amarillo.

Y todo esto, sin contar con el fraude, con la burla, con lo que vulgarmente se llama primada. Por cuentecillas de vidrio de colores, por clavos y otras baratijas, tomaban los compañeros del capitán Cook cuanto había de bueno y exquisito en Otahiti. Algo de esto, aunque en menor proporción, ocurre siempre en los cambios entre un pueblo adelantado y otro más atrasado.