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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Tenemos ahora en París una colonia rusa, una colonia española, una colonia levantina, una colonia americana, y estas colonias poseen cada una sus iglesias, sus banqueros, sus médicos, sus diarios, sus pastores, sus pobres y sus dentistas.
Llegó D. Julián Calderón con Mariana y Esperancita, Cobo Ramírez con León Guzmán y otros tres o cuatro pollastres, el general Pallarés, los marqueses de Veneros y otras varias personas, entre las cuales predominaban los banqueros y hombres de negocios. Uno de los últimos en llegar fué el duque de Requena, a quien se hizo la misma acogida ruidosa y lisonjera que en todas partes.
A estas habas contadas sucedieron otras. Tratábase de una red de tranvías aéreos. ¿El capital? Seguridad tenía de encontrarlo cuando los banqueros conocieran su plan. Pero estos no supieron ver la inmensidad de millones que podía dar de sí el negocio, y los tranvías aéreos se quedaron en los aires.
Los banqueros se mostraron corteses y reservados, procurando cortar con su actitud grave aquel flujo de chanzonetas. El caso no era para menos. Hacía cosa de un año que Salabert les había vendido la propiedad del ferrocarril de B * a S *, ya en explotación y con todo su material.
Se encontraban en ella individuos de familias reales, herederos de coronas que estaban de paso en la Costa Azul, banqueros famosos, millonarios de todas las partes del mundo, damas célebres por su nacimiento, por su hermosura ó por sus joyas, muchas cocotas famosas y vetustas, y algunas jóvenes y frescas que deseaban llegar pronto á la vejez, como si esto fuese una condición de la celebridad.
Todas estaban encerradas en las arcas de los hebreos; i las que andaban de mano en mano habian sido compradas en las casas de algunos mercaderes cambistas ó banqueros: los cuales ó eran de los judíos convertidos á la fe, ó de cristianos que estaban comerciando con el dinero que para el caso i para partir el lucro, les habian facilitado los judíos aun no venidos á la religion de Cristo . De haberse retraido de traficar los judíos, nació la ruina de todo el comercio que habia antes en los reinos de Castilla.
La Felipa, la Socorro y la Nati, cortesanas famosas en la capital, que fueron queridas de muchos personajes, ministros, banqueros y grandes de España, lo habían sido antes de él. El fué quien, por medio de sus celestinas, las había sacado de la calle de la Paloma, del barrio de Triana en Sevilla o del Perchel, de Málaga, y había gozado de sus primicias.
Sus rubicundos cabellos y sus patillas inglesas, incluso su bigote recortado como el de los banqueros de Lombard Street, debían el brillo de su lustro a las caricias de un pan de cosmético en constante ejercicio sobre la mesa de toilette. No hay duda, el doctor Montifiori vivía teñido desde los pies hasta la cabeza.
Pepa Frías, vivamente agitada, hablaba aparte con Jiménez Arbós, después de haberse enterado, preguntando a algunos banqueros, de que los negocios de Osorio no marchaban bien. No obstante, todos le suponían con medios de hacer frente a sus compromisos.
Mi sueldo, no siempre pagado con puntualidad, a causa de la mala memoria de Castro Pérez y de mi timidez para reclamárselo, lo que ganaba mi tía con sus flores y sus chiquillos, y lo que Andrés nos daba, era lo único que teníamos. Resolvimos suprimir un platillo en la mesa, y eso que la nuestra no era, por cierto, mesa de banqueros ni de príncipes.
Palabra del Dia
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