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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Mucho, rubita, mucho respondía el Magistral, desabrochándose el maldito balandrán y soplando con fuerza. Y eso que a usted la fatiga no debe rendirle, que allá en Matalerejo tengo entendido que corre como un gamo por los vericuetos.... ¿Quién te lo ha dicho a ti? ¡Bah! Teresina... ¿Sois amigas, eh? Mucho. Silencio. Los dos meditan. El canónigo reanuda el diálogo.

Después que el estudiante retira del fuego el puchero del guisado para que el calor de la lumbre le seque á él el lodo de los pantalones, y cuando su hermana ha recogido con gran esmero el balandrán y las camisas, toma aquél el jarro de la leche, ya que el papel del azúcar le tiene su padre, y se dispone á auxiliar á su madre y á su hermana en la preparación de las tostadas, amenizando el trabajo con el relato de sus proezas y aventuras de estudiante.

Y vuelta a correr cuanto podía, tropezando sin cesar, arrastrando con dificultad el balandrán empapado que pesaba arrobas, la sotana desgarrada a trechos y cubierta de lodo y telarañas mojadas. También él llevaba la boca y los ojos envueltos en hilos pegajosos, tenues, entremetidos. Llegó a lo más alto, a lo más espeso. Los truenos, todavía formidables, retumbaban ya más lejos.

No, no, mejor es que salgamos de paseo; el asunto es delicado, y por esos andurriales podremos hablar a nuestras anchas. Como usted quiera. Cogió el párroco su bonete, echose el balandrán sobre la sotana con peligro inminente de asarse vivo, y sacando de un rincón de la sala el tremendo cayado en que solía apoyarse, fue a avisar a la señora Rita de que salía. ¿Adónde? preguntó ésta, malhumorada.

Era tan falsa, que tocaba en los lindes de lo ridículo. A solas consigo misma solía confesárselo. "La verdad es que, bien mirado, yo le estoy haciendo el oso a ese muchacho. Parezco una dama de la isla de San Balandrán."

El señorito Octavio permanecía de pie. En el marco de la puerta apareció de pronto la figura de un sacerdote anciano. Era de estatura más que mediana y vestía un balandrán bastante deteriorado y grasiento, y mostraba en lo erguido de su cuello y en su actitud firme que poseía una complexión recia.

Entonces vestía don Fermín un cómodo, flamante y bien cortado balandrán, y en un rincón de la alcoba se escondían las zapatillas de orillo y el gorro con mugre; el zapato que admiraba Bismarck, el delantero, y el solideo que brillaba como un sol negro, ocupaban los respectivos extremos del importante personaje.

Palabra del Dia

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