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Actualizado: 5 de junio de 2025
¿Sabe usted que estoy un poco mareado?... El humo de los cigarros y el calor que aquí hace... ¿Quiere usted que salgamos a refrescarnos? Daniel se levantó a su vez; me prohibió pagar, porque tenía allí cuenta abierta, y salimos a la calle. Bajamos a la de las Sierpes, única donde quedaban aún ciertos residuos de animación. Había algunos cafés abiertos.
Los soldados dispararon a todos los sitios que les indicaron. No quise ver aquella horrible caza. Al día siguiente, al anochecer, se detuvo el Flying Fish y una barca vino a acercársele. Bajamos, con las esposas en las muñecas, y nos sentamos en la barca. Venía custodiándonos un oficial con varios soldados. Perdimos de vista el Pez Volador, y fuimos avanzando hacia tierra.
En cinco minutos estábamos en la cuadra del Club del Progreso: tuvimos que esperar algunos minutos más para que le llegara a nuestro carruaje el turno de acercarse, y por fin bajamos en la puerta entre un grupo de hombres y mujeres que subían apresuradamente la escalera muellemente tapizada y adornada con flores y guirnaldas verdes. ¿Quién no conoce el Club en una noche de baile?
En un instante y andando con toda la prisa que permitía la oscuridad de la casa, bajamos, abrimos las puertas y nos encontramos en la calle. ¡Ay! exclamó al ver cerrar por fuera la puerta . En mi atolondramiento se me olvidaba, al querer salir, que no tenía llaves para abrir la puerta. Pero ¿a dónde vas tú, a dónde vamos? Corramos dijo aferrándose a mi brazo. ¿A dónde? A la casa de lord Gray.
Todas las tropas que aún permanecían en las calles del pueblo, salieron más que de prisa, y la caballería fué sacada de la carretera por el lado derecho. Corrimos un rato por terreno de ligera pendiente; bajamos después, volvimos a subir, y al fin se nos mandó hacer alto.
Esto no es conmigo exclamé; bajamos del birlocho, y a pie nos fuimos a quejar y reclamar nuestra señal a casa del alquilador.
Bajamos por la costa de África a buscar los vientos alisios, atravesamos las calmas ecuatoriales y paramos en Cabo Verde. Continuamos hacia el sur, hasta hallar los vientos del oeste y poder cortar las calmas del trópico de Capricornio; doblamos el Cabo y fuimos dando una gran vuelta por el mar de las Indias, en dirección del estrecho de la Sonda.
A ambos lados del camino, entre la espesa vegetación que cubre la falda de la montaña, y allá en el fondo del profundo valle hacia el que bajamos en cigzac, empieza a oírse esa sinfonía peculiar de la región tórrida, a la que nuestros oídos se habían deshabituado en la altura.
Impulsado por una determinación súbita, dije al inglés: Milord, ¿me presta usted su coche? Está a la puerta. Pues vamos. Bajamos. ¿A dónde me llevas? exclamó Inés con espanto cuando me senté junto a ella dentro del coche que empezó a rodar pesadamente. Ya lo has oído. No me preguntes por qué. Allá lo sabrás. He tomado esta resolución y no hay fuerza humana que me aparte de ella.
Dicho y hecho; espiamos las vueltas del inspector, bajamos quedito las escaleras, abrimos la puerta con cuidado, y ¡pies para qué os quiero! nos dimos a correr hacia la Puerta del Sol sin volver la cara atrás.
Palabra del Dia
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