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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Algunos segundos después volvió en lanzando un suspiro angustioso que levantó su delgado talle. No es nada dijo reaccionando en seguida contra el irresistible acceso de desfallecimiento, y bajamos. No se habló más de aquel incidente que fue olvidado, sin duda, como otros muchos.

Mary me miró, para ver, sin duda, el efecto que me hacían los exabruptos de su amiga. La casa del torrero y el faro formaban un solo edificio, asentado sobre una plataforma cortada en las rocas. Bajamos a la vivienda por una escalera estrecha y entramos por un corredor con puertas a los lados. Una porción de chiquillos, que andaban chillando y riñendo, se nos acercaron.

Una vez montados, recorrimos de nuevo el camino hecho, pero en vez de subir a Cincha, bajamos nuevamente por una senda más abrupta aún que la anterior. La vegetación era formidable, como la de todo el suelo que se avecina al Salto, fecundado eternamente por la enorme cantidad de vapores que se desprenden de la cascada, se condensan en el aire y caen en formas de finísima e impalpable lluvia.

Bajamos por aquella escalera, hasta llegar á la puerta de la cripta. Esta puerta es de bronce, y está como guardada por dos figuras colosales, que representan el poder civil y el poder militar. Aquellas estátuas inmóviles y silenciosas, parecen dos testigos del otro mundo.

No cabía duda: me estaba mirando. Bajamos de nuevo al pueblo, y advertí que Suárez, por más que hizo, no consiguió emparejarse con ella. Se había cogido del brazo de su tía Etelvina y hablaba animadamente sin hacer caso de él, hasta que, despechado al fin, se acercó a acompañar a una de las de Enríquez. «Bueno va», dije para con viva alegría, que me brotaba a la cara.

Los tres bajamos juntos la escalera, y al pasar por el hermoso y espacioso patio que conduce a la calle de la Grange-Bateliere, el desconocido saludó al empleado en aquella portería. Aguijoneado, entonces, por la curiosidad, acerqueme a aquel hombre y le interrogué: ¿Conoce usted a ese joven que acaba de marcharse?

James Park; por lo tanto bajamos del coche, pagamos el pasaje al conductor, y apoyado en el brazo de Reginaldo, lentamente emprendimos la marcha por las enarenadas sendas del paseo hasta que encontramos un asiento conveniente. El esplendor y la belleza de St. James Park, aun en un día de abril, constituyen siempre un goce para los verdaderos londinenses.

Atravesamos todo el corredor, risueño con la luz matinal y el perfume de las plantas que allí había; bajamos escaleras, recorrimos pasillos, y, por fin, Antonio abrió una pequeña puerta, que, al girar en sus goznes, dejó escapar un fuerte olor a papel y badana viejos. En seguida comprendí que era el archivo de la casa.

Una tras otra bajamos doce colosales montañas, creyendo encontrar en cada falda la suspirada llanura: ¡vana esperanza! para descender de aquella prodigiosa elevacion, donde están las fuentes del Rin, del Tesino, del Reuss, y de otros muchos rios, lo cual solo prueba la tremenda altura que será, era necesario bajar, bajar, y bajar siempre.

Descendemos por la carrera de San Jerónimo; luego avanzamos a lo largo del paseo de las Delicias, entre el ramaje seco del arbolado; cruzamos frente a la ronda de Valencia; bajamos por una vía ancha, solitaria, pendiente.

Palabra del Dia

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