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Actualizado: 9 de mayo de 2025
La calle le parecía tan grande, que no conocía distancia alguna á que referirla, pues para ella las casas hacían horizonte, y aquella gente que venía se le representaba como un mar agitado sordamente, y avanzando, avanzando como si quisiera tragarla. Sin deliberar volvió atrás y bajó hacia el Prado. El gentío bajaba también: sordo rumor resonaba en la calle.
Se tocaba un resorte o botoncito, y la figura entonces bajaba y subía los párpados, abría mucho la boca y sacaba y enseñaba una lengua muy larga y puntiaguda.
El antiguo contrabandista creía traer una provisión de nueva vida cuando bajaba al llano, al campo de interminables surcos que se perdían en el horizonte y sobre los cuales sudaba encorvada una muchedumbre turbulenta y miserable, roída por el odio y las necesidades.
Toda la parte de la iglesia entre el coro y la puerta del Perdón estaba ocupada por la vistosa y pesada fábrica. Los toledanos acudían a admirar, según costumbre tradicional, la escalinata cubierta de filas de apretadas luces, los legionarios romanos de alabastro apoyados en sus lanzas, y la cortina riquísima, de innumerables pliegues, que bajaba desde la bóveda hasta la plataforma del Monumento.
Mientras tanto, Germana, bella y sonriente como la mañana, despertaba a su madre y a su marido, asistía al tocado de su hijo y bajaba al jardín para respirar el aire embalsamado del otoño. Los señores Le Bris y Stevens no tardaron en unirse a ellos. Todos contemplaban al pequeño Gómez que paseaba un galápago por el jardín. El único que faltaba era el duque.
A veces sucedía que Marner, al detenerse para arreglar algún hilo irregular, notaba la presencia de los chicuelos. Aunque fuera avaro de su tiempo, le desagradaba tanto que lo importunaran aquellos intrusos, que bajaba de su telar, abría la puerta y fijaba en ellos una mirada que bastaba siempre para nacerlos huir asustados.
Para realizarlo simulaba a la hora de comer una jaqueca y se quedaba en su cuarto; y cuando la familia se hallaba reunida en el comedor bajaba muy despacito a la cocina, y allí se estaba todo el tiempo que duraba la comida, sirviéndose por sí misma las sobras de la mesa, con sorpresa y admiración de la servidumbre.
Salió en la lancha el piloto Varela á reconocer una entrada, que reconocieron á la banda del norte, creyendo seria la boca del rio de Santa Cruz; pues habiendo registrado toda la tierra, que media entre la tierra rasa y el rio Gallegos, no le habian hallado. Dentro de hora y media volvió al navio, por no poder romper con la corriente de la marea que bajaba.
Así discurría Amparo, mientras bajaba hacia la Puerta del Castillo, defendida todavía, como in illo tempore, por su puente levadizo y sus cadenas rechinantes. Al propio tiempo subían unas señoras, con las cuales se cruzó la cigarrera.
Así como iban llegando á los últimos límites del desaliento y la desesperación, se encogían y arrugaban. Su sombrero se hacía más grande: cada día bajaba más, hasta descansar en las orejas; el cuello de la camisa se dilataba igualmente, como si fuese á dejar escapar un pecho angustiado. Durante el almuerzo, Lewis, Castro y Spadoni sostuvieron la conversación.
Palabra del Dia
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