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Actualizado: 9 de mayo de 2025
La segunda vez que entré en la casa, me la encontré sentada en uno de aquellos peldaños de granito, llorando». ¿A la tía? No, mujer, a la sobrina. La tía le acababa de echar los tiempos, y aún se oían abajo los resoplidos de la fiera... Consolé a la pobre chica con cuatro palabrillas y me senté a su lado en el escalón. ¡Qué poca vergüenza! Empezamos a hablar. No subía ni bajaba nadie.
Si algún paseante retrasado se aproximaba por azar, podía ver una humilde capilla a la que se bajaba por tres escalones gastados y desportillados y alumbrada por el resplandor tembloroso de unos cirios casi consumidos, mientras alguna vieja de cabeza vacilante bajo la manta bretona murmuraba una oración.
El embozado lo atravesó velozmente, y sin tirar del cordón de la campana pegó el oído a la puerta, y así estuvo inmóvil algunos instantes en escucha. Cerciorado de que nadie bajaba, tornó a la puerta de la calle y enfiló otra mirada por ella. Al fin resolviose a abrir el embozo y sacó de debajo de la capa un bulto que depositó en el suelo con mano temblorosa, cerca de la puerta. Era un canastillo.
«¡Chitón! ¡silencio!» gritaban desde dentro los del tresillo; y don Pompeyo bajaba la voz, y el corro se alejaba de los tresillistas, lleno de respeto, obedientes todos, convencidos de que aquello del juego era cosa mucho más seria que las teologías de don Pompeyo, más práctica, más respetable.
11 Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. 13 Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada. 14 Y el SE
Desde allá se escribía con don Rosendo, a quien obligó con más de un servicio en la lucha sin tregua que mantenía contra sus enemigos los del Camarote. Estos servicios fueron coronados, después de algún tiempo, por una gran cruz de Isabel la Católica. Al mismo tiempo que el diploma, le remitía el magnate una placa de brillantes, cuyo valor no bajaba de veinte mil reales.
En las hojas de aquel ancho cuaderno de satinadas tapas negras, presentía una dolorosa revelación. En tanto Laura, recordando vagamente que había dejado el diario en la mesita, bajaba la escalera del vestíbulo. Pero se paró, indecisa, como retenida por una preocupación.
Rozando las del peñón y la del cerro hasta desaparecer hacia la izquierda por el boquete que quedaba entre el extremo inferior del cerro y la montaña, bajaba el río a escape, dando tumbos y haciendo cabriolas y bramando en su cauce angosto y profundo, cubierto de malezas y de misterios.
Hubo un momento en que creyó que un alfiler olvidado sobre su pecho se le metía carne adentro. «El rey de las praderas» quedaba visible únicamente de busto, con una cabeza enorme, y anonadado por lo angustioso de su situación, bajaba la mirada. Luego iba elevando sus ojos, para fijarlos directamente en el público con una expresión de dolor pueril.
El gran Emperador mandó edificarlo en aquel eminente paraje, donde yacía en ruinas el viejo Alcázar que habitaron los grandes Alfonsos.....; y es fama que, siempre que bajaba ó subía la monumental escalera, se paraba en su gran meseta y decía: «Sólo aquí me creo verdaderamente Emperador.»
Palabra del Dia
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