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Actualizado: 26 de mayo de 2025


El joven retrocedió asustado al reconocer a su cuñada. Soltó el arma que empuñaba, empujó otra vez apresuradamente la puerta, y se fué tropezando, lleno de confusión, hacia su cuarto matrimonial. Ventura estaba leyendo tranquilamente a la luz de un quinqué. Al ver a su esposo delante, se levantó asustada. ¿Qué es eso? ¿Cómo estás aquí?

Pero he aquí que su esposa, no poco confusa porque le conocía bien, vino a anunciarle que faltaban mil doscientas pesetas para pagar las flores de la quinta del Pilar, y su hija Araceli, menos confusa pero también un poco asustada, le manifestó que aún restaba por abonar al joyero una pequeña cantidad.

Casi tocando con la frente de Ana, metida entre dos hierros, pasó un bulto por la calle solitaria pegado a la pared del Parque. «¡Es élpensó la Regenta que conoció a don Álvaro, aunque la aparición fue momentánea; y retrocedió asustada. Dudaba si había pasado por la calle o por su cerebro. Era don Álvaro en efecto.

En el primer encuentro le rasgaron la ropilla al emperador; en el segundo le hicieron sangre, y la emperatriz, que estaba en los tablados, llamó muy asustada a su esposo, rogándole que reservase su lanza para gentes menos rudas que los caballeros jerezanos. El carácter bromista del marqués gozaba de tanta fama como su fuerza.

Cuando entró, la vieja criada que salió a abrirle, retrocedió asustada. La cara de su amo parecía como si unas manos invisibles le estuviesen apretando sin piedad la garganta. A pesar de hallarse bien avezada a descifrar los caóticos, inextricables sonidos, que salían de su boca en todas ocasiones, por esta vez no comprendió la orden que le daba. Vió que se retiraba derechamente a su cuarto.

¿A qué se refiere usted?... ¿Qué quiere usted decir? preguntó Antoñita, sorprendida y asustada. Felipe no contestó, contentándose con dirigirle una patética mirada, y salió en trágica actitud, con sentimiento de haber hablado demasiado.

Os habéis arreglado con la loca para engañarme. Aunque finjáis estar triste y asustada, interiormente, ¿verdad?, estáis contenta. El dinero que Federico os ha dado o prometido, os indemnizará de los resultados de vuestra vil traición. Marchaos, salid del castillo, y esperad delante de la puerta vuestros bagajes. Suplicad y rogad cuanto queráis; no volveréis a poner los pies en el castillo.

La menor de estas razones destrozaban los más íntimos secretos del blando pecho de la infeliz María: derramaba lágrimas, y caminaba, lloraba y corría hacia el puente, asustada siempre por la fuga al Africa, y por el horror de la apostasía. No me huyas la repetía , no me huyas, y dame tu brazo para sostenerme, pues de cansado me desmayo, y no acierto a dar un paso.

Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte, y lo conducían a Valencia para «hacer suerte», o más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.

Sorprendida y asustada la turba por aquella súbita e imprevista intervención, retrocedió no poco, dejando despejado un largo trecho en torno de los forasteros inermes, delante de los cuales se pusieron prontos a defenderlos los otros dos forasteros a caballo.

Palabra del Dia

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