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Actualizado: 5 de junio de 2025
La creación entera canta en coro himnos de júbilo en loor de la fuente de la vida; hasta lo que no es, siente y habla; la muerte goza del don de la palabra y de la viva expresión del pensamiento; los astros y los elementos, las piedras y las plantas tienen alma y conciencia; ofrécensenos los senos más ocultos del entendimiento y del corazón; el cielo y la tierra brillan, en fin, alumbrados con luz simbólica.
Todos los agentes de la atmósfera y el espacio y todas las fuerzas cósmicas, han trabajado en concierto para modificar incesantemente el aspecto y la posición de la imperceptible gota; á su vez, ella misma es un mundo como los astros enormes que dan vueltas por los cielos, y su órbita se desenvuelve de cielo en cielo eternamente y sin reposo.
Los vapores del lago, aspirados por el crepúsculo, suspendidos de sus rayos, se balanceaban sobre las aguas como un ligero crespón teñido de rosa, se levantaban poco a poco desde los pies del viajero hasta las más elevadas cimas y desplegaban ante él, sobre el horizonte, un telón inflamado que esparcía sobre todos los objetos el prestigio de su luz; después, más densas y más oscuras ya, nimbaban, en fin, aquel magnífico espectáculo en un dosel de púrpura y de oro cuyo esplendor únicamente palidecía ante los astros de la noche.
Los faroles de la calle le parecían astros, los transeúntes excelentes personas, movidas de los mejores deseos y de sentimientos nobilísimos. Entró en su casa resuelto a espontanearse con su tía... «¿Me atreveré? pensaba . Si me atreviera... ¿Y qué hay de malo en esto? En último caso, ¿qué puede hacer mi tía? ¿Acaso me va a comer?
La marcha de los sucesos es como el curso de los astros: no hay potencia humana que los desvíe de la senda que tienen trazada desde la eternidad, en el tiempo y en el espacio, en la tierra y en el cielo.
Formábase mi pecho; pero ¡qué pecho! blanco, duro, de la forma del de la ve nus de Medicis; ¡y qué ojos! ¡qué pestañas! ¡qué negras cejas! ¡qué llamas salian de las niñas de mis ojos, que eclipsaban el resplandor de los astros, segun decian los poetas de mi barrio!
Unos cuerpos se atraían a otros girando por el espacio a razón de millares y millones de leguas por minuto, y toda esta nube de mundos caía y caía, sin pasar dos veces por el mismo punto de la silenciosa inmensidad, en la que surgían otros astros y otros y otros, así como iban perfeccionándose los instrumentos de observación. ¿Dónde estaba en este infinito el Dios que fabricaba la tierra en seis días, que se irritaba por el capricho de dos seres inocentes sacados del barro y hechos carne de un soplo, y hacía surgir de la nada el sol y tantos millones de mundos, sin más objeto que alumbrar este planeta, triste molécula de polvo de la inmensidad?
Permaneció todo en silencio. Arriba, sobre las masas de la arboleda, centelleaban los astros en la densa calma del espacio; abajo, a ras de tierra, notábase un leve movimiento, un susurro contenido, como si en la sombra se revolviesen enjambres de insectos.
¿Cuál? interrogó la niña curiosamente, mirando, a la vaga luz de los astros, el rostro descolorido de Artegui. Que sufrirán como nosotros sufrimos contestó él.
»No profanarán nuestro templo simulacros groseros, no tendrán en él cabida los ídolos de los adoradores de los astros y del fuego, ni los emblemas impuros de la India y del Egipto, ni los perecederos dioses de Grecia y Roma.
Palabra del Dia
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