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De la soledad y del abismo de abyección en que yo caiga, mi alma podrá levantarse hermosa y feliz si la resignación la purifica. Así, y no en virtud de un acto de feroz violencia, podré elevarme hasta lo infinito a que aspiro.

Pero, traidora Juanita, me lisonjeas y me matas a la vez. Yo no quiero instruirte, sino enamorarte. No aspiro a ser tu libro, sino tu novio. Jesús, María y José. ¿Está usted loco, don Paco? ¿En qué vendría a parar, qué fin que no fuera desastroso podría tener ese noviazgo? ¿No le tiemblan a usted las carnes al figurarse la estrepitosa cencerrada que nos darían si nos casáramos?

Roberto, incapaz de tenerse en pie, se dejó caer en una silla y, a grandes bocanadas, ávidamente, como si sollozara, aspiró el perfume que llenaba el aire. Se habría dicho que así quería absorber los últimos efluvios de su amada.

De todos modos, ya comprenderás , porque tienes sobrado talento, aunque eres inexperta, que yo corro mucho peligro al hacer el préstamo; que el daño emergente no es flojo, y que, por tanto, tampoco pueden ser flojos los intereses. No obstante, yo aspiro a que, en vez de llamarme marrano, me llames generoso y espléndido. Asómbrate.

En suma: sea como sea de todo lo dicho, pues no aspiro a dar reglas estéticas para escribir novelas, es lo cierto que yo, no porque opine mal de las mujeres, sino por falta de imaginación y por el infortunio de no haber hallado con frecuencia a santas ni a santos tampoco en este mundo sublunar, me he de permitir introducir en esta historia, verdadera y sencilla, un nuevo personaje, mujer también, que dista más que ninguna otra de mis heroínas de ser un dechado de perfección; pero que interviene poderosamente en los sucesos que debo referir.

No aspiro a tanto. Quiero servir a mi país y nada más. Con tal de que mañana pueda decir: «Contribuí a echar de España a la canalla», quedaré satisfecho. ¿Y crees que España podrá echar fuera a la canalla? ¡Ah!, yo no participo de la ilusión de esta buena gente. ¿Qué pasó el día 9 en el puente de Alcolea?

La luna acababa de hundirse en su seno, dejando todavía en el horizonte una estela luminosa. Ninguna nube flotaba en aquel cielo de cristal. La brisa agitaba ya sus alas sutiles para despertar á la sultana. Velázquez, aunque de espíritu rudo, aspiró con delicia la gloria de aquella noche esplendorosa.

Saltemos, pues, y volvamos á la Junta directiva. Yo aspiro á la perfecta conciliación de nuestra sociedad elegante y de nuestra literatura castiza. Conviene para ello que sea elegante el teatro cuando represente elegancias, y que no se extralimite, ni propagando doctrinas antisociales, ni con sátiras personales y rudas, ni con demasiadas verduras y escabrosidades.

Lo que le ruego es que me crea un hombre leal y franco, y no dude de mi buena voluntad y mejores propósitos. Quiero y puedo hacer mucho en favor de usted. En cambio, aspiro á que oiga V. mis consejos y á que los siga. Don Carlos oyó al Comendador atentamente y con muestras de respeto y deferencia. Luego le contestó: Sr.

Supón que fueras un hombre notable entre los de tu calaña, el más ciego de los ciegos, el más loco de los locos: ¿qué harías, cuál sería tu aspiración? Yo no tengo aspiraciones bastardas; no quiero medrar á la sombra de un tirano que pague la adulación con dinero; yo no aspiro más que á la gratitud del género humano, á la gloria. ¿Gloria por ese camino?