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Actualizado: 9 de junio de 2025


Unas veces iba y venía bajo el sol, espantando a su paso las mariposas; otras, pasábase horas enteras asomado al viejo pozo de carcomido brocal, cavando pensamientos y contemplando, a la vez, su propio rostro que el agua reflejaba en su espejo circular y profundo.

Le decía, sin voz, en secreto de inefable gracia: ¿Por qué has dado tantos gritos malos, alma de Julio?... ¿Por qué has dicho tantos pecados y tantas palabras feas?... ¿Por qué te has asomado a mirarme con odio, y por qué me has amenazado y me has perseguido?... ¿Por qué, di, maltrataste a mi Niño Jesús aquella noche?...

La blancura de la iglesia, enjalbegada de cal, con sus arcadas frescas y sus ribazos de piedra seca coronados de nopales, hacía pensar en una mezquita africana. Tenía más de fortaleza que de templo. Sus tejados estaban ocultos por el borde superior de los muros, especie de reducto sobre el cual habían asomado muchas veces escopetas y trabucos.

Por curiosidad y por aburrimiento, luego de acostar a Karl, se había asomado a aquella galería para ver el baile. ¡Vivía tan aislada!... Y con una contracción de su mano, oculta entre las de Fernando, agradeció la bondad de éste al ocuparse de ella. Luego, su rostro fue animándose con una sonrisa pálida que pretendía ser maliciosa. Se asombraba otra vez de verle solo.

Muchas veces, Jaime, siendo niño, se había asomado para contemplarse allá abajo, en la pupila circular y luminosa de sus aguas dormidas. La calle estaba solitaria. Al final de ella, junto, a las tapias del jardín de los Febrer, veíase la muralla de la ciudad, y abierto en esta muralla un portalón con barrotes de madera en su arco, iguales a los dientes de una boca enorme de pescado.

Yo que me vi así, y rodeado de niños que se habían llegado, y delante de mi señora, empecé a decir: ¡Oh, hideputa! ¡No fuérades vos valenzuela! Estas temeridades me han de acabar. Habíanme dicho las mañas y quise porfiar con él. Traía el lacayo ya el caballo, que se paró luego. Yo torné a subir; y al ruido se había asomado don Diego Coronel, que vivía en la misma casa de sus primas.

En efecto, uno de estos animales de pintada piel había asomado primero la cabeza al ruido de la conversación por entre dos piedras, y no tardó en salir todo él, quedando inmóvil, según su costumbre. ¡Ah maldito! gritó el mayordomo arrojándole una piedra con todas sus fuerzas. ¡No escucharás más tiempo! La piedra cayó sobre el lomo del animal, partiéndolo en dos.

La situación es angustiosa, insostenible, desesperada. ¡Oh! Hay que exigir la responsabilidad á quien corresponda apartando de la gestión de los negocios públicos á los hombres funestos....» No pudo seguir, porque su amigo, que se había asomado al balcón mientras él escribía, le llamaba con grandes voces. ¡Ven, ven... eccola!

Estuvieron los muchachos atentos, supieron el caso, y no había asomado Lope por la entrada de cualquiera calle, cuando por toda ella le gritaban, quién de aquí y quién de allí: "¡Asturiano, daca la cola! ¡Daca la cola, Asturiano!"

Gabriel, asomado a la barandilla, vio cómo el cardenal salía al claustro bajo, recorriendo dos de sus galerías hasta llegar a la puerta del jardín. Un ligero ademán del prelado bastó para que se detuvieran los familiares, y él avanzó solo por la avenida central, dirigiéndose al cenador, donde Tomasa dormitaba entre los muros de hojas con la calceta en las manos.

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