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Actualizado: 14 de octubre de 2025


Fueles preciso, pues, salvar con sus vidas las doctrinas que tan sensatamente habían formulado, y Montevideo vió venir, unos en pos de otros, centenares de jóvenes que abandonaban su familia, sus estudios y sus negocios para ir a buscar a la ribera oriental del Plata un punto de apoyo para desplomar, si podían, aquel poder sombrío que se hacía un parapeto de cadáveres y tenía de avanzada una horda de asesinos legalmente constituída.

Ferpierre acordó hacer preguntar a Milán, al contador de la casa d'Arda, si los valores encontrados en la villa Cyclamens eran exactamente los que debían existir allí, y al mismo tiempo interrogar a los criados de la villa para descubrir si alguno de ellos podía, en la confusión del primer momento, haber visto a los asesinos tomar las sumas que faltasen.

Más de una vez la guardia civil tuvo que visitarla y cada poco tiempo iba a la cabeza del partido a declarar en causa por lesiones o hurto. El cura, Fermín, y hasta los guardias, que estimaban su honradez, la habían aconsejado en muchas ocasiones que dejase aquel tráfico repugnante; ¿no la aburría pasar la vida entre borrachos y jugadores que se convertían tan a menudo en asesinos?

Hombre, ¿cree usted que una mujer con esos ojos asesinos... y ese aire... y esa gracia, ha nacido para encerrarse en un claustro? Alzó los hombros desdeñosamente. ¿Y no tiene usted más datos que esos para creer lo contrario?... Es poco, compadre dijo, dando un chupetón al cigarro y soltando el consabido chorrito de saliva.

Los dos leopardos, viendo que su presa se les escapaba, en vez de seguirle hicieron irrupción por la puerta del gabinete para cortarle la retirada, pero allí tropezaron con doña Mónica que había estado escuchando y que ya gritaba desesperadamente también: ¡Socorro! ¡Asesinos!

Siguieron los asesinos llevándose en dia claro los robos que egecutaban, diciendo públicamente lo habian ganado en buena guerra, y que por derecho les tocaba: y dirigiéndose despues á la cárcel, abrieron las puertas, echaron fuera todos los presos, y luego salieron diciendo en altas voces: Viva nuestro Justicia Mayor, D. Jacinto Rodriguez: caminando juntos con grande algazara y alegria, tocando cajas y clarines, lo sacaron de su casa, le hicieron dar vuelta por la plaza mayor, y repitiendo las aclamaciones, lo volvieron á ella, y habiendo subido el cura vicario á los balcones de la casa capitular, á preguntarles qué era lo que solicitaban para sosegarse, respondieron todos á una voz: Queremos por Justicia Mayor á D. Jacinto Rodriguez, y que el corregidor y demas chapetones salgan luego del lugar, desterrados á vista nuestra.

Saliendo a cuento el asesinato del general Prim, nos dijo que pocos momentos antes había escuchado en una taberna la conversación de los asesinos, y que no había ido a dar parte porque, advirtiendo que los escuchaban, uno de ellos le había seguido durante varios días después, sin duda para asesinarle en el caso de que los denunciara.

En cuanto al cuchillo, ninguno de sus peones lo cargó jamás, no obstante que la mayor parte de ellos eran asesinos perseguidos por la Justicia. Una vez él, por olvido, se ha puesto el puñal a la cintura, y el mayordomo se lo hace notar; Rosas se baja los calzones y manda que se le den 200 azotes, que es la pena impuesta en su estancia al que lleva cuchillo.

Los enemigos de las leyes, los asesinos del encargado del Poder nacional, los insurrectos del Ejército y sus vendidos secuaces ningún medio omiten para emponzoñar los corazones y prevenir a los incautos que no me conocen. La perfidia y la detracción es la bandera de ellos, mientras la franqueza y el valor es nuestra divisa.

El Hombre-Montaña seguía respirando ruidosamente, y sus ojos apenas entreabiertos podían ver lo que ocurría alrededor de él, aunque de un modo vago. Distinguió cómo se movían sobre la arena obscura de la playa algunos animales todavía más obscuros. Sin duda eran compañeros de los asesinos, que se quedaban abajo para dar la señal en caso de peligro.

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