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Actualizado: 15 de octubre de 2025


ATENAIS. Mucho me he de holgar si tus vaticinios se cumplen. ASCLEPIGENIA. Y yo también.

Para algo me has de servir. Hasta ahora, Asclepigenia idolatrada, has poseído en Eumorfo y en Crematurgo hermosura, juventud y riquezas, contingentes, limitadas y caducas. De hoy en adelante vas a poseer la juventud, la hermosura y la riqueza, en absoluto y para siempre. Guardad silencio religioso. Ya empieza el conjuro.

Ya les iré pidiendo, en la sazón conveniente, todo aquello que se me ocurra. PROCLO. ¡Apareced, dioses! PROCLO. ¿Qué más tienes que pedir? ASCLEPIGENIA. Nada. Yo me contentaba con tu amor. PROCLO. Recapacita, sin embargo, si algo te falta. ASCLEPIGENIA. Si no me motejases de sobrado pedigüeña y exigente, aún te pediría una cosa. PROCLO. ¿Cuál? ASCLEPIGENIA. Que te laves. PROCLO. Me lavaré.

Ahí van Parsondes, que V. tanto celebra; El pájaro verde, cuento vulgar que me contó con singular talento su señora madre de usted y que yo no he hecho sino poner por escrito, procurando competir con Perrault, Andersen y Musaus; El bermejino prehistórico, que yo encuentro gracioso en fuerza de ser disparatado; y los diálogos de Asclepigenia y Gopa, el primero de los cuales sigo creyendo que es lo más elegante y discreto, o si se quiere lo menos tonto, que he escrito en mi vida.

ASCLEPIGENIA. Una doncella tan sabia, educada con esmero en Atenas; una poetisa tan inspirada como , en quien veo renacer, en edad temprana, las altas prendas de Hipatia, no podía menos de comprender este amor mío que descuella sobre mis otros amores. ATENAIS. Es un dolor que no pueda ser el único. ASCLEPIGENIA. La culpa, hasta cierto punto, la tiene el pícaro misticismo. Por él nos separamos.

ASCLEPIGENIA. Para despedida, te permito que me des un casto beso en la frente. ASCLEPIGENIA. ¡Adiós, amadísimo Proclo! EUMORFO. ¿Sabes lo que digo, maestro? PROCLO. Di, y lo sabré. No quiero tomarme el trabajo de adivinar tus pensamientos. EUMORFO. Pues digo que se me van quitando las ganas de estudiar filosofía. PROCLO. ¿Y por qué? EUMORFO. Porque la filosofía vuelve tonto a quien la estudia.

SIERVA. Señora, Crematurgo pide licencia para entrar. ASCLEPIGENIA. Que entre. ATENAIS. ¿Me retiro? ASCLEPIGENIA. Retírate. ASCLEPIGENIAQué agradable sorpresa! ¿Qué significa venir los tres juntos a mi casa? CREMATURGO. Envidiable frescura te concedió el cielo. ¿Cómo, al vernos entrar juntos a los tres, no tiemblas, no te asustas, no te hundes avergonzada en el centro de la tierra?

EUMORFO. Eso mismo repito yo. ¿Cómo no te hundes en el centro de la tierra? CREMATURGO. ¡Inicua! Nos estabas engañando a todos. EUMORFO. Esto pasa de castaño oscuro. ¡Tres al mismo tiempo! CREMATURGO. ¿Qué puedes alegar en tu defensa? EUMORFO. Con razón enmudeces. ASCLEPIGENIA. Yo no enmudezco ni con razón ni sin ella.

Pero me inclino a sospechar que eres un majadero, y que no entiendes ni entenderás jamás estas cosas. EUMORFO. No te sulfures, maestro. Si yo no entiendo esas cosas, entiendo otras más fáciles y agradables de entender. Asclepigenia tendrá quizá su Demiurgo y su Paradigma misteriosos que entiendes y posees; pero sus cielos, sus planetas y sus estrellas, son míos desde hace algunos meses.

Contra esto nada puedes ; nada pueden tus iguales. Hay, a pesar de todo, en la efusión de las potencias del alma, algo de corporal que está sujeto al hado. Esto es lo que he perdido en Asclepigenia. La fatalidad me lo roba. El libre albedrío de ella no ha sido bastante brioso para defenderlo con heroicidad.

Palabra del Dia

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