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Actualizado: 6 de junio de 2025
Al sonido extraño de mi voz levantó la cabeza, y, a través del espeso velo negro húmedo y arrugado, vi una cara hinchada y enrojecida por las lágrimas, indescriptible de puro descompuesta, y dos grandes ojos negros que parecían preguntarme: «¿Quién es usted?... ¿Cómo se atreve?...» En nombre de su padre, ruego a usted que domine su dolor.
¡No, Lorenzo!... Si no me refiero a los que quieren más ferro-carriles... ni más industrias... ni mejor gobierno... no decía Melchor, moviendo lateralmente el índice derecho, y dando a su voz particular intención, no... me refiero a cierto caballeros, que yo conozco, y que siendo sanos, claman por salud, y que teniendo todo lo necesario para ser felices, viven con el ceño arrugado y que...
Las bestias de la Casa de fieras pertenecen a la clase docente, y como el profesorado en general, están muy mal retribuidas: tienen los huesos salientes, el pellejo arrugado, el aspecto miserable y triste. Las fieras deben de seguir el mismo sistema.
¡Tú has muerto con el batón blanco; porque, así como el guante de piel de Suecia, largo y arrugado, sobre el brazo flaco y nervioso de Sarah Bernhardt ha dado su pincelada a Frou-Frou, así el batón blanco, con cinturón celeste, te hizo a ti, hizo a Lola el prototipo de todas las mujeres de tu tiempo! ¡Qué diablo! ¡tú has tenido también tu lugar en el siglo de Hernani!... ¡Presidentes y ministros, generales y grandes abogados de la República Argentina, han creído en ti, como la República ha creído en ellos!
La desesperación de Madariaga no se mostró violenta y atronadora, como esperaba su yerno. Por primera vez le vió éste llorar. Su vejez robusta y alegre desapareció de golpe. En una hora parecía haber vivido diez años. Como un niño, arrugado y trémulo, se abrazó á Desnoyers, mojándole el cuello con sus lágrimas. ¡Se la ha llevado! ¡El hijo de una gran pulga... se la ha llevado!
Miguel miró el interior del bolso con la curiosidad que inspiran siempre todos los objetos de la mujer que nos interesa. Vió sobre el arrugado pañuelo una carterita de piel, y colgando de ella un fetiche de jugadora, una mano con el índice y el meñique tendidos en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte.
Don Román vestía su eterno traje, su traje típico: pantalones anchos; larga levita negra, verduzca y mugrienta; chaleco blanco, pringado de rapé en las solapas; el cuello de la camisa altísimo, arrugado, sin almidón; ancho y apretado corbatín.
Veinte años antes, Simón Cerojo no se hubiera fijado siquiera en estos imponentes detalles, y hubiera caminado impávido a la misma hora y por el mismo sendero, entonando unas seguidillas, a pesar de la lluvia y del frío. Pero la vida regalona y el apego a las comodidades del rico Peñascales, habían enervado los bríos y arrugado el corazón del apuesto cortejante de la arisca Juana.
Después de treinta años de lucha, en casa de los Casporras sólo quedaba una viuda con tres hijos mocetones que parecían torres de músculos. En la otra estaba el tío Rabosa, con sus ochenta años, inmóvil en un sillón de esparto, con las piernas muertas por la parálisis, como un arrugado ídolo de la venganza, ante el cual juraban sus dos nietos defender el prestigio de la familia.
¿Qué ha pasado aquí? exclamó Cornelio con voz ronca. ¡Aquí ha habido un combate! respondió Horn mesándose el cabello . ¡Los salvajes han acometido a nuestros compañeros! ¡Y tal vez mi tío, mi hermano y el chino han sido muertos! ¡No!... ¡Esperad!... El piloto se precipitó entre la yerba y recogió un trozo de carta arrugado, que había al pie de un árbol.
Palabra del Dia
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