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Los diez hombres que le acompañaban, aprovechando a todo evento esta advertencia, se arrojaron al fondo de la chalupa. Silencio, siempre silencio. No se oía... no se veía nada... más que la luz que brillaba siempre en la cámara, y que de cuando en cuando aparecía obscurecida por una sombra que la ocultaba.

Entre estos objetos, rodando todos en tropel, fue nuestra pluma empujada por la escoba hasta parar á un gran cesto, de donde la arrojaron á un corral mil veces más inmundo que aquel de donde había salido.

Abriose la puerta del salón, y nuestro criado José presentose para anunciarnos que estaba dispuesta la silla de posta. Mi madre y mis hermanas se arrojaron en mis brazos. Todavía tienes tiempo para arrepentirte dijéronme, renuncia a tu viaje... quédate con nosotras. Madre mía repuse, soy noble, tengo veinte años, y deseo que se hable de y hacer carrera, sea en el ejército o en la corte.

Los cuatro mecheros del velón se apagaron. Un grito de espanto salió de aquel antes apacible recinto. Á las carcajadas sucedieron las voces de terror y los lamentos, que hacía más tristes aún la oscuridad en que quedaron sumidos. Por fin Regalado encendió un fósforo. Nadie había salido herido. Los mozos, repuestos del susto, se arrojaron á la calle resueltos á castigar el atentado.

El Duque con la primer tropa de vanguarda vino cerrando contra un escuadron de infantería, que estaba de la otra parte de los campos empantanados, y con la furia que la caballería llevaba se metió sin poderlo advertir en medio de ellos, y al mismo tiempo los Almugavares sueltos y desembarazados con sus dardos, y espadas se arrojaron sobre los que cargados de hierro se rebolcaban en el lodo y cieno con sus caballos.

Y , belitre, continuó dirigiéndose al reo, ¿qué gracia es esa que pides? Tengo en la bota del pie izquierdo un trocito de madera envuelto en lienzo. Perteneció un tiempo á la barca en que iba el bendito San Pablo cuando las olas lo arrojaron á la isla de Melita. Lo compré por tres doblas á un marinero que venía de Levante.

Para , por ejemplo, es evidente que los españoles de los últimos años del reinado de Enrique IV de Castilla no eran peores, tal vez eran los mismos los que tenían disuelto y estragado todo el país, que los que en tiempos de los Reyes Católicos conquistaron el reino de Granada, descubrieron un Nuevo Mundo, arrojaron de Italia á los franceses y lograron dar á su patria el primado ó la hegemonía entre todas las naciones de Europa.

No podemos menos de recordar con dolor la terrible carestía que la afligió á mediados del siglo XVII: como si tantas calamidades políticas no bastasen aun para abatirla, castigóla Dios con este nuevo azote. El hambre llegó á tal estremo, que armados los ciudadanos en número de diez mil, se arrojaron á la calle y forzaron los graneros de los particulares.

Vieron todos aquel lugar como un santuario cuya conquista era el supremo galardón de la victoria, y se arrojaron sobre los defensores del agua escasa y corrompida que arrojaban unos cuantos arcaduces en un estanquillo. Los enemigos, que no querían desprenderse de aquel tesoro, lo defendían con la rabia del sediento.

De allí salen para la gloria o para el hospital todos los que un día se tocaron la garganta, reconociendo que tenían algo, y arrojaron la aguja, la herramienta o la pluma, corriendo a Milán desde todos los extremos del mundo.