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Actualizado: 11 de julio de 2025
Talín dejó escapar otro gruñido más áspero, abrió la boca y le clavó los dientes. Flora dió un grito: la mano quedó al instante manchada de sangre. Verlo D. Félix y volverse loco fué cosa de un instante. Se arrojó como un león sobre el ingrato perro, le hartó de puntapiés y maldiciones y, no contento aún, agarró el bastón que tenía arrimado á una esquina y le molió á palos.
Hasta bien pasada la media noche no empezaron los amagos del sueño a confundirme y amontonarme estos pensamientos y aquellas imágenes en la cabeza; y entonces fue, precisamente, cuando oí unos golpes dados en el suelo del cuarto de mi tío. Solía él llamar así con un palo que le ponían arrimado a la cabecera de la cama.
No lo sabemos; porque el saliente de la torre nos impide ver el fondeadero, que está muy arrimado a la villa. Desde la otra fachada lo veremos con lo que nos falta que ver de todo el panorama circundante... ¡Ay, papá! exclamó Nieves de pronto , ¡lo que yo gozaría correteando en un barquichuelo por esas llanuras tan azules!
Cuando entré en ella y alcancé a ver la casa de Gloria, me hallaba en la misma feliz disposición con que acudí siempre a la cita. Pero en el mismo instante, al echar una mirada a la reja, veo arrimado a ella, o próximo a ella al menos, el bulto de un hombre. Me detuve estupefacto. Lo primero que imaginé fue que era el sereno.
A las siete de la mañana salí, dando vuelta por el NNO NO y SO, siempre por el fondo desde 3 palmos á 7, á excepcion de algunos pozos, ó canalizos muy angostos, hasta que llegué á 3 brazas de agua, y 2 y media arrimado á la Isla de Urristi, cuyo sitio es un buen fondeadero abrigado y de buena tenazon.
Retírese ya, que hace mucho frío... y ruegue á Dios por mí.» En la calle del Carmen, en la de Preciados y Puerta del Sol, á todos los chiquillos que salían dió su perro por barba. «¡Eh! niño, ¿tú pides ó que haces ahí, como un bobo?» Esto se lo dijo á un chicuelo que estaba arrimado á la pared, con las manos á la espalda, descalzos los pies, el pescuezo envuelto en una bufanda.
Verdad era que no habían quedado en tal cosa; ocho días faltaban para la próxima confesión, ¿por qué había de venir? «Por que sí, por que él lo necesitaba, porque quería hablarla, decirle que aquello no estaba bien, que él no era un saco para dejarlo arrimado a una pared, que la piedad no era cosa de juego y que los libros edificantes no se tiran con desdén sobre los bancos de la huerta; ni se pierde uno entre los árboles de Frígilis sin más ni más, en compañía de un buen mozo materialista y corrompido». Pero, no, no pareció por la capilla Ana. «Sabe Dios dónde estarían. ¿Qué expedición era aquella?
Arrimado a la torre, en su rollo grietado y leproso, el cascado reloj virreinal, con su esfera de mármol y sus agujas doradas, invisibles para quien las viese de lejos, porque las ocultaba el ramaje de soberbios ahuehuetes, a cuya sombra se refugiaban los lechuguinos que cada domingo, después de la misa de doce, se instalan allí para ver a las muchachas que salen de misa muy emperifolladas y de ataque.
El Magistral respiró. «No era ella, era Obdulia». En el balcón no quedaba nadie; Don Fermín salió del portal arrimado a la pared y se alejó a buen paso. «No era ella, de fijo no era ella, iba pensando. Era la otra».
La perspectiva de que al empobrecer fuese aquel hombre más fácilmente suyo, el afán de mostrarle cariño, y lo mucho que don Juan se había arrimado a ella, la pusieron hermosísima. Tenía los ojos húmedos y brillantes, los labios secos y la tez muy pálida. Sus miradas variaban rápidamente de expresión; tan pronto parecían medrosas, como lucía en ellas la llamarada propia del deseo amoroso.
Palabra del Dia
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