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Actualizado: 8 de junio de 2025


Habían pasado muchos meses, y el tabernero conmovíase aún recordando el suceso. Me lo trajeron a casa en hombros, señor Juan, lo mismo que a usted lo han llevado muchas veces, aunque sea mala la comparación. Ya ve usted si valdrá el chico... Sólo le falta un arrimo: que usted le eche una mano. Y Gallardo, para librarse del tabernero, le contestaba con vagas promesas.

También se veían lozanos helechos, madreselvas, parras vírgenes y otras plantas de arrimo, que se sostenían unas a otras por no haber allí grandes troncos. La Nela sintió que las ramas se agitaban a su derecha; miró... ¡Cielos divinos!

Madre dijo Dolores, sitiada por los niños , si no llama usted a esas criaturas, no se cocerán las batatas de aquí al día del juicio. La abuela arrimó la rueca a un rincón y llamó a sus nietos. No vamos respondieron a una voz si no nos cuenta usted un cuento. Vamos, lo contaré dijo la buena anciana.

Buenos Aires es grande, cada uno va a lo suyo, pero alguna vez precisará a usted el arrimo de un compañero. Despidiéronse de Maltrana todos sus «queridos amigos», los jóvenes de las fiestas nocturnas en el fumadero. Algunos le daban cita para aquella misma noche en restoranes frecuentados por personas alegres. Le presentarían a ciertos amigos muy simpáticos: todos «gente bien».

Le arrimó una silla y se sentó en ella don Adrián.

Dios junto a os ha puesto; Dios ha querido que, habiendo mi corazón repugnado siempre el amor, en él por vos haya caído en breves horas, y de tal manera, que a la locura del amor llegada, vuestra esposa me hayáis hecho y héchoos mi esposo ante Dios, que el juramento de nuestras almas ha oído; y Dios ha debido quererlo, porque yo no cómo, dolorida y desesperada por la eterna separación de la adorada madre mía, esto ha sido, o más bien ha sido por esto; que la yedra que pierde el árbol que la sostenía, si otro árbol encuentra próximo, a él vase y a él se estrecha con más fuerza que con la que al otro que perdió se asía; y pues yo soy la yedra y vos el árbol, y por el amor la yedra al árbol se une, no me hagáis temer, único apoyo y sustento mío, que en peligro me veo de que otra hacha enemiga el dulce arrimo a que llena de esperanza me he enlazado, me robe.

Después, aun en el caso de aprovechar una ocasión y poder salir de allá, quedaba por recorrer un pasillo largo y luego unas escaleras... Imposible. Había que escapar por la ventana. Era el único recurso. ¿A dónde dará esto? se dijo. Arrimó el banco a la pared, se subió a él, se agarró a los barrotes y a pulso se levantó hasta poder mirar por la reja.

Gabriel, al quedar solo en el claustro, se arrimó a una columnilla, aguardando de lejos el paso del temible príncipe de la Iglesia. Le vio salir por la puerta que conducía al departamento de los gigantones. Iba seguido por dos familiares. Luna pudo examinarle bien por primera vez. Era enorme, y a pesar de su edad, se mantenía erguido.

Amparo se arrimó a una de las ventanas bajas, y tocó en los cristales con el puño cerrado. Abriéronse las vidrieras, y se vio la cara de una muchacha pelinegra y descolorida, que tenía en la mano una almohadilla de labrar donde había clavados infinidad de menudos alfileres. ¡Hola! ¿Hola, Carmela, andas con la labor a vueltas? pues es día de misa.

Eran las infames palabras que Velázquez acababa de pronunciar en presencia de la gente: «¡Me carga! ¡Me sofoca! ¡La he recogido en medio de la calle!...» No quiso entrar en la tienda en tal estado de agitación, por si había gente dentro: cruzó el paseo y se arrimó al pretil de la muralla.

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