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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Cantara, en fin, tus brisas matinales tus crepúsculos plácidos y hermosos, tus magníficas noches tropicales...! ¡Cuál entonces mis versos sonorosos como el limpio cristal de una cascada fluyesen inspirados y armoniosos! Como entonces mi musa arrebatada, hasta donde tu cielo reverbera, desde allí como alondra enamorada,

Este versista embustero, pues, resistió audacísimamente, y conociendo el génio de los suyos, enseñó que habia que recelar: mas que con maña y estratagema se debia abrir el camino; y él mismo contuvo con gran prudencia á los Portugueses, que deseaban entrar al pago de Santa Tecla, por las tierras de San Miguel, con un ejército poderoso de valor, armas y caballos, que con su velocidad y arrebatada carrera los hubiera atropellado.

Era una pólvora aquella criatura; buenísima en el fondo, con un corazón de cordera, pero arrebatada como pocas. Dejándola serenarse, incapaz de hacer daño a una hormiga, pero en un instante de cólera Dios sabe adónde podía llegar... Por supuesto añadió con un guiño malicioso que tiene a quien parecerse; porque usted, señor Ángel, que ordinariamente es una malva, ¡tiene un modo de dispararse!

En fin, mi desdichada madre resistir no pudo a tanta miseria, a tanto dolor, a tal quebranto, y ya lo habéis visto, vos me habéis acompañado cuando la conducía al lugar de su reposo; junto a habéis estado cuando la horrenda y negra tierra de la fosa de ella me ha separado, y en vuestros brazos me habéis sostenido cuando, arrebatada por el insoportable desconsuelo de mi alma, creí también para llegada la última hora.

Creyóle dormido el padre Bonnet y separóle las manos del rostro: vio entonces su frente arrebatada, sus ojos brillantes extraviados, y palpó sus manos ardorosas. ¿Qué es eso, hijo?... ¿Estás malo?... ¿Tienes calentura?... No..., no..., no tengo nada replicó el niño con forzada sonrisa. Y arrancándose bruscamente de las manos del padre, echó a correr hacia la clase.

»Al saberlo Paulino se entregó a grandes extremos de dolor; pero Rosa le tranquilizó con un aire lleno de encanto: «¿Podrías creer en la noticia de esa muerte? puede lamentarse, llorar, pero no morir. ¡La alegría es tan pronto arrebatada a nuestros deseos! ¿Qué necesidad hay, pues, de consumir nuestra vida en disgustos?

Triste, doliente, llorosa, parecía decirme: «Me ofreciste tu alma y tu vida; me ofreciste tu corazón, y se los diste a otra.... ¡Ingrato!» Y aquella voz tenía el timbre de la voz de Angelina. La visión desapareció arrebatada por una ráfaga del viento matinal que pasó estremeciendo las copas de los naranjos y columpiando los floripondios.

Entonces la joven, arrebatada de gloria y entusiasmo, se abrazó a las rodillas del Señor y las inundó de lágrimas, diciendo entre sollozos, como la esposa del texto sagrado: Mi alma se ha derretido cuando habló mi amado. Y poco a poco sus brazos, anudados al cuerpo de Jesús, fueron subiendo hasta estrecharle el cuello.

Pero cuando la bella dama se hallaba ya sentada en su cabalgadura, tuvo el insolente la audacia increíble de pellizcarla una pierna. Elena, arrebatada de cólera, le dio un puntapié en el rostro con tal ímpetu que el pintor vaciló y estuvo a punto de caer. Se llevó la mano a la cara y se le declaró una violenta hemorragia por la nariz.

Se lo pido en nombre de su hijo, en nombre de Carlos, que nos espera, que nos escucha tal vez. ¡Dios mío! exclamó Juanita juntando las manos; ¡por qué no está él aquí para cerrar mis párpados, para recoger mi último suspiro! Y, arrebatada por su amor y por la intensa amargura que sentía, dirigíale la más tierna despedida, hasta el punto de que Isabel y Fernando prorrumpieron en amargo llanto.

Palabra del Dia

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