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Actualizado: 29 de mayo de 2025


¿No oyes? me dijo Gloria, mientras una sonrisa feliz se esparcía por su rostro . Son las niñas que están en récréation. ¿No te apetece ir a jugar a los aros o al volante? le pregunté riendo. Un poquito, no creas. Nos introdujeron en el locutorio, que era una gran pieza cuadrada y bastante clara, partida al medio por una reja.

Doña Celestina había conocido a la hija del quincallero, en su juventud, cuando las dos eran solteras, y parece que se desarrolló entre ellas una gran antipatía. Para doña Celestina, la sangre del quincallero suizo me ha perdido; el bazar, con sus aros y sus pelotas de goma, ha perturbado la marcha del severo barco con sus velas y sus anclas.

Naturalmente que todos los que oyeron la pregunta y que no se habían formado ninguna imagen exacta del buhonero «sin aros», se lo representaron inmediatamente «con aros» en las orejas, más o menos grandes, según el caso. La imagen fue muy pronto tomada por un recuerdo vivo.

Tal vez el miedo le hizo callar; tal vez se imaginaba el infeliz que los del vehículo regresaban para darle auxilio, y enmudecía, arrepentido de sus exclamaciones anteriores. Ahora la ola fué más dura, más violenta. El automóvil se levantó como si fuera á volcarse, y hubo un chasquido de tonel que se rompe, estallando á la vez duelas y aros.

Después de haber distendido los ángulos de su boca y contraído los ojos se hubiera dicho que trataba de ver los aros , pareció renunciar al esfuerzo y dijo: Recuerdo que llevaba en su caja aros para vender; es, pues, natural suponer que también los usara. Pero como recorrió casi todas las casas de la aldea, quizá alguna persona se los haya visto en las orejas, bien que yo no pueda afirmar eso.

Hasta la alta techumbre llegaban los conos pintados de rojo con aros negros; torreones de madera semejantes a las antiguas torres de asedio; gigantes que daban su nombre al departamento y contenían cada uno en sus entrañas más de setenta mil litros. Bombas movidas a vapor trasegaban los líquidos, mezclándolos.

Zaldumbide era avaro como pocos; tenía dos o tres maletas con aros de hierro y cofres de latón, que, según se decía, estaban llenos de preciosidades. Zaldumbide era vasco-francés, y me designó para formar parte de su guardia negra. Aquí me dijo el primer día , el que cumple vive bien. Ahora, el que no cumple puede encomendarse a San Chicote. Yo, al principio, no andaba apenas por el barco.

Roger se instaló en un ángulo algo apartado del fuego, donde podía comer y beber con sosiego á la vez que observar los hechos y dichos de aquella extraña reunión, iluminada por la luz del hogar y tres ó cuatro antorchas colocadas en aros de hierro fijos en las ennegrecidas paredes.

Temblaba de frío, y con el brazo derecho oprimía los aros broncíneos de un trombón, dirigiendo la abollada boca hacia adelante como si quisiera bostezar con ella en vez de hacerlo con la suya propia. «Este amigo dijo Ido, en son de presentación , este amigo mío... un italiano, señora... se llama el señor de Leopardi, un artista desgraciado.

Seis blancas servilletas oprimidas en otros tantos aros de marfil, se ven sobre la mesa. Tres son las desconocidas ó desconocidos que me toca bosquejar, pues en cuanto al capitán y á mi amigo, ya los han visto ustedes, siquiera haya sido á la ligera. En el boceto del capitán poco tengo que añadir. ¿Quién de mis lectoras no conoce á un andaluz joven, buen mozo, bullanguero y galante?

Palabra del Dia

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