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Procuro hablaros razonablemente, y vos me contestáis siempre... Bettina, tengo mucha más experiencia que vos... Escuchadme bien... Desde que llegamos a París nos hemos visto lanzadas en un mundo muy animado, muy brillante, aristocrático... Podríais ser ya, si hubierais querido, Marquesa o Princesa... , pero no he querido. ¿Os sería completamente indiferente llamaros madama Reynaud?

Tal es el supremo ideal aristocrático a que aspiramos todos en lo tocante a veraneo. Para realizarle totalmente se ofrecen no pocos obstáculos.

En Glaris ha regido algo peor que el gobierno aristocrático: el de la teocracia mas retrógrada ó estancadora. ¿Cómo explicar tan notables diferencias entre poblaciones análogas que tienen casi la misma historia y ocupan un suelo casi comun? Se buscará la explicacion en el aislamiento secular de las unas y el contacto comercial de las otras con pueblos avanzados?

¡Oh, reina de las reinas! dijo al verla un joven de aspecto aristocrático por sus maneras y por su traje ; dignáos tomar mi brazo para subir esas endiabladas escaleras del vestuario. Gracias, don Bernardino dijo la Dorotea sonriendo ; pero viene conmigo persona tal, que no cambiaría su brazo por el del rey. Al mismo tiempo Juan Montiño salía de la litera, y Dorotea se asió á su brazo.

Precisamente en una de las pocas ocasiones en que la despreocupada joven no estaba atenta a los discursus del banquero, que la divertían sobremanera. Prefería, por el momento, la conversación de Pepe Guzmán, pájaro de mayor cuenta que su amigo Gonzalo. El tal Guzmán, aunque de segunda rama, era también vástago aristocrático: de la ilustre cepa de los Valdejones.

El oficio de verdugo ha comenzado por ser aristocrático, y al fin, los pueblos lo han repudiado dejándolo á los dictadores, los reyes, los inquisidores y los togados, como cosa que les pertenece en propiedad.

Varios retratos de familia, de pomposas damas y de caballeros armados, prestaban autoridad a las habitaciones y les ponían muy aristocrático sello. Durante los fríos y las nieves invernales se estaba allí muy a gusto, gracias a enormes chimeneas donde podían arder troncos enteros de encina y a colosales estufas de loza vidriada que había también en no pocos cuartos.

Jamás había otorgado Madrid un perdón tan generoso y tan amplio como el que concedió al antiguo revolucionario al saber su novelesca aventura de Constantinopla y al verle entrar de nuevo en el redil aristocrático, a la sombra de Butrón y la Albornoz, arrepentido, pero con la cabeza alta; no implorando protección, sino ofreciéndola a todo el mundo.

Un griego que había sido simple marinero en sus mocedades tronaba allí como un personaje de epopeya, admirado por las damas en traje de baile y los graves señores puestos de frac que se reunían en este círculo aristocrático. Había aprendido á leer y escribir siendo ya maduro, pero poseía una fortuna enorme. La noche anterior, en cuatro horas de talla, había ganado un millón doscientos mil francos.

Aunque Ramiro había mirado siempre con aristocrático desprecio a todo aquel que envilecía sus manos en los oficios mecánicos, pensó esta vez que la sabia fabricación de las armas debiera estar exenta de villanía, como faena preclara puesta al servicio de las más altas empresas.