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Actualizado: 3 de noviembre de 2025


«Como ellos yo moriré, «Y en la tierra de mi fosa «¿Qué alma verterá piadosa «Una gota de dolor? «Y cuando en algun camino «Bajo los años sucumba «¿Quién dará para mi tumba «Una limosna por DiosCesa, cesa en tus lamentos Cabo lleno de laureles, Que hay olvidos mas crueles Que los que llora tu voz: La República Argentina Bajo el yugo de un tirano Pide al mundo americano Una limosna por Dios!

De pronto en el llano se ven mil guerreros, Bandera Argentina se mira lucir, Y al pié resplandecen los fuertes aceros Que van sus valientes con gloria á esgrimir. «Salud, hombres libres, la patria os espera, «Guerreros antiguos y nuevos, saludGritóles, y todos al ver su bandera Bajaron sus lanzas diciendo: «SaludMejor se triunfa muriendo que matando.

Aun no había tenido vagar para ver todo lo que le circundaba, cuando oyó Mutileder una voz blanda y argentina, que parecía salir de una garganta humana nueva y de una boca fresca, colorada y sana, porque todo esto se conoce en la voz, la cual le decía: Perdóname, amigo, que te haya hecho venir hasta aquí, deseosa de hablarte.

BIOGRAFÍA. Nació en la ciudad de San Juan el 15 de febrero de 1811, al año siguiente de la Revolución argentina, cuyas agitaciones impresionaron su primera infancia. Fué hijo de José Clemente Sarmiento y de doña Paula Albarracín, ambos sanjuaninos, y de antiguas familias coloniales de Cuyo.

Pero en medio de sus desaciertos y sus ilusiones fantásticas, tenía tanto de noble y grande, que la generación que le sucede le debe los más pomposos honores fúnebres. Muchos de aquellos hombres quedan aún entre nosotros, pero no ya como partido organizado; son las momias de la República Argentina, tan venerables y nobles como las del Imperio de Napoleón.

Este es un momento solemne y crítico en la historia de todos los pueblos pastores de la República Argentina; hay en todos ellos un día en que por necesidad de apoyo exterior, o por el temor que ya inspira un hombre audaz, se le elige comandante de campaña. Es éste el caballo de los griegos que los troyanos se apresuran a introducir en la ciudad.

Su conocimiento profundo de los hombres, sus consejos astutos, su larga familiaridad con la República Argentina, donde trabajaba hacía treinta años, le proporcionaban una sólida reputación.

Iba lanzando nombres de navegantes y descubridores, á su capricho, mientras examinaba desde abajo el método con que el camarero italiano colocaba las banderas. ¿Ya estaba puesta la de la Argentina, y á su derecha, bien clavada, la de España?... ¡Muy bien!...

Carlitos podría dirigirse a la principal niña argentina, a la primera fortuna y al primer apellido, en la seguridad de que no sería rechazado. Pero se le ha metido en la cabeza que ha de ser con esa muchacha, «¡O ella, o la muerteme ha dicho con una firmeza que me ha dejado aterrada. Yo no qué hechizo, qué seducciones, qué encantos encuentra en esa niña. ¡Ah, es encantadora!...

Una casa de madera, que por su tamaño era la única que podía compararse con la del contratista, los iba atrayendo á todos. Sobre su puerta había un rótulo, hecho en letras caligráficas: «Almacén del Gallego». Este gallego era, en realidad, andaluz; pero todos los españoles que van á la Argentina deben ser forzosamente gallegos.

Palabra del Dia

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