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Actualizado: 10 de septiembre de 2025


La cosecha era el tema general y predilecto de estas tertulias, y aunque alguna vez se apartasen de él para entrar en otros, la cosa más insignificante volvía á traerlo á la memoria y á cuento. Rugía un poco el viento por fuera; pues ya apuntaba una vecina que los años de viento eran siempre de miseria.

Yo te lo enseñaré, grandísima yegua... yo te lo enseñaré. D. Jaime, viéndole algo más sosegado, fue a coger el sombrero que tenía sobre una silla, y se dispuso a irse. Tomás, mirándole con inquietud, le dijo: Pierde cuidado, Jaime... A ésta ya la curaré yo de su enfermedad... ¡Mira, tengo allí las medicinas! Y apuntaba a un rincón de la sala, donde estaban arrimados unos cuantos garrotes.

Cuando Guadalupe deseaba dar broma al general en presencia de sus contertulios, se expresaba así: Este viejo, aquí donde ustedes lo ven, anda enamorado, loco, detrás de la Gringuita. Cerrando una mano, le apuntaba con el dedo índice, y añadía, amenazante: ¡Que te pille yo, y verás lo que es bueno!

Cuando el duque, que era el que había hecho rechinar aquella puerta, entró en el aposento de doña Juana, se encontró á esta vestida de blanco de los pies á la cabeza, más hermosa que nunca, pero terrible. Doña Juana tenía un pistolete amartillado en la mano, y apuntaba con él al pecho del duque, á dos pasos de distancia.

Felipe se quedó parado y tieso como un poste al ver que Alberto le apuntaba. ¿Qué va usted a hacer? exclamaron corriendo hacia él, el procurador y el conde de Mengis. Pero no tuvieron tiempo de impedir que disparara. Sonó el tiro y el sombrero de Felipe rodó sobre la hierba, con un agujero en el mismo sitio en que lo tenía, el de Alberto, horadado, como sabemos, por la bala de Felipe.

Ni una cosa ni otra se apuntaba en el lenguaje indiferente y frío de Juan Pablo. Este, después de almorzar, sintiose amagado de la jaqueca y se echó de muy mal humor en su cama. Toda la tarde y parte de la noche estuvo entre las garras de aquella desazón más molesta que grave.

Como él se acostaba bien entrado el día y aquel hombre levantábase mucho antes de amanecer, se habían encontrado varias veces en las calles de Madrid, cerca de los mercados, cuando apenas apuntaba la mañana. Isidro sentía por él irónica admiración. Había llegado tarde al mundo, así como él, en su petulancia juvenil, creía haber nacido demasiado pronto para que le comprendiesen.

Y me apuntaba, vuelto un poco a la derecha, hacia una loma altísima en que, según me advirtió también, convergían tres cordilleras.

En la tardía anunciación del verbo, que gestó en sus entrañas redentoras, sintió la madre aquel afán acerbo, que, sin que ya su corazón taladre, fué sólo las angustias precursoras de la mujer que pronto iba a ser madre! y madre fué; y el hijo que nacía, como bautismo recibió en la frente el ósculo de luz del nuevo día, que ya apuntaba en el extremo Oriente.

Después que éstos se retiraban, todavía se quedaba mientras los mozos colocaban en su sitio la vajilla y el dueño apuntaba las últimas partidas. Cuando materialmente le echaban del establecimiento se iba a hacer compañía al sereno de la Rúa Nueva, muy su amigo. Charlando con él mataba las horas que aun faltaban para el amanecer.

Palabra del Dia

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