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Actualizado: 4 de mayo de 2025
El acto comenzaba por un preludio de la orquesta, dignamente dirigida por el señor Anselmo, ebanista de la villa. Había otros cuatro o cinco muchachos aprendices, que acompañaban. El señor Anselmo, en vez de batuta, tenía en la mano para dirigir una enorme llave reluciente, que era la de su taller. El preludio era muy triste y temeroso; como que estábamos en el infierno.
En lo más alto del frágil edificio estaban dos aprendices recogiendo las que les arrojaban desde abajo, entrecruzándolas, añadiendo nueva altura a la frágil construcción que sobrepasaba los tejados y amenazaba derrumbarse, cimbreándose al menor movimiento como una torre de naipes. El encargado de la tonelería, un hombre robusto, de sonrisa bondadosa, se aproximó a Montenegro.
Tampoco consideraba admisible que una dama se mezclase en negocios que sólo pertenecen á los hombres. Sentía la extrañeza y el escándalo del que presencia un desorden en el ritmo de las cosas naturales. El mundo estaba trastornado: los aprendices querían ser maestros; ya no se respetaban las categorías; era preciso terminar de una vez. «¡Banco!» Se estremeció el príncipe.
Los mocosos ya no se conforman con ser aprendices y quieren pasar a amos; y... ¿qué más? Antonio se avergüenza de ser comerciante, y va por las tardes a la Alameda en un cochecillo ridículo, guiando como si fuese un cochero. Antes soñaba con que su hijo fuese abogado, y ahora mira impasible cómo abandona los estudios y se entera con gusto de sus progresos en la equitación.
Había allí también literatos franceses, aunque de quinto o sexto orden, o de aquellos cuya celebridad y gloria estaban aún en ciernes o en capullo, sin acabar de florecer y de abrirse a la clara luz del día; periodistas de varios partidos y media docena de banqueros o aprendices de banqueros, unos israelitas y otros católicos.
Lo que le producía esta venta lo guardaba para sí, y el jornal de la semana lo ponía íntegro el sábado en manos del buñolero; pero lo que más le gustaba era entregárselo a Isabelita, diciendo: «Anda, da eso a tu padre.» Los demás aprendices, envidiosos de aquel compañero de quien se hacía más caso que de ellos, comenzaron a tomarle tirria y jugarle malas pasadas.
Apareció, al fin, la litera del Padre de los Maestros, sostenida por ocho universitarios jóvenes, que jadeaban sudorosos después de esta ascensión en espiral. Se abrió la portezuela de la caja portátil y salió Momaren, con su birrete de cuatro borlas y una toga de cola larguísima, que se apresuraron á sostener dos aprendices de profesor.
El día de cobro gustan de beber un poco, porque el aguardiente es un diablejo galante y piadoso que les hace olvidar que son muy pobres y demasiado viejas... Aparte de los aprendices de literato, los demás eran el bajo fondo de la clase media. Los literatos no pertenecen a ninguna clase social.
Cuando más, admitía como auxiliares a media docena de golfos, aprendices de torero, que le eran fieles a cambio de que en los días de fiesta les permitiese ver la corrida desde el «palco de los perros», una puerta con reja situada junto a los toriles, por donde se sacaba a los lidiadores heridos.
Prueba de ello Tistet Védène y su maravillosa aventura. Era al principio este Tistet Védène un descarado granuja, a quien su padre Guy Védène, el escultor en oro, se había visto en la necesidad de arrojar de su casa, porque además de que no quería trabajar, maleaba a los aprendices.
Palabra del Dia
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