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Un hermano mío tiene la barca más hermosa de toda la matrícula; la bautizamos con el nombre de mi hija: Camila; pero la pintamos de amarillo y blanco, y el día del bautizo se le ocurrió decir a un pillo de la playa que parecía un huevo frito. ¿Querrá usted creerlo? Sólo con este apodo la conocen. Bien le interrumpí ; pero ¿y El Socarrao?

Hallábanse, pues, en Montevideo los antiguos unitarios con todo el personal de la administración de Rivadavia, sus mantenedores, 18 generales de la República, sus escritores, los excongresales, etc.; estaban ahí, además, los federales de la ciudad, emigrados de 1833 adelante; es decir, todas las notabilidades hostiles a la Constitución de 1826 expulsadas por Rosas con el apodo de lomos negros.

Desde que apareció por primera vez en la calle de Moratines, le pusieron por apodo el Majito, y así se llamó toda su vida. Su nombre era Rafael. Decían los vecinos que todas aquellas galas habían sido de niños muertos y de despojos allegados, sabe Dios cómo, del obscuro borde de la tumba.

Llevaba el traje lleno de lamparones, la boina sucia, el pelo largo, se olvidaba la corbata. Era una verdadera calamidad. Por eso se le llamaba Joshé Cracasch, y a él no sólo no le ofendía el apodo, sino que le hacía gracia; en cambio su madre, André Anthoni, se ponía como una fiera cuando oía que a su hijo le daban este mote.

En cambio, en el salón de baile su juiciosa conducta le había valido el apodo de Nuevo Continente. Y bien, Tumba de los secretos dijo la señora Chermidy con su ligero acento provenzal , ¿ha cumplido usted mi encargo? , señora. ¿Se trata de la tísica en cuestión? , de la señorita de La Tour de Embleuse.

En poco tiempo Joshé borró su apodo de Cracasch. La Celedonia Arizmendi había notado la transformación de Joshé y sabía la parte que en este cambio le correspondía a ella. Joshé veía que la muchacha le miraba con buenos ojos; pero era tan tímido que nunca se hubiera atrevido a decirle nada.

Como estas peloteras eran pan cotidiano, las muchachas de la vecindad, envidiosas de la hermosura de Benedicta, dieron en bautizarla con el apodo de Gatita de Mari-Ramos; y pronto en la parroquia entera los mozalbetes y demás niños zangolotinos que la encontraban al paso, saliendo de misa mayor, le decían: ¡Qué modosita y qué linda que va la Gatita de Mari-Ramos!

A me acusaba de adulador y de vil porque no protestaba. No le podía convencer de que una protesta que no sirve mas que para que a uno le castiguen nuevamente, es una necedad. El marsellés, que se llamaba, no si de nombre o de apodo, Tiboulen, era, por otro estilo, un hombre molesto. Lo que en Ugarte era dignidad vidriosa, en Tiboulen era patriotismo y odio a los ingleses.

Eran de amor, é iban dirigidos á una mujer cuyo nombre quedaba en el misterio, pero el secretario la reconoció desde la primera estrofa. Publíquelos mañana mismo en el mejor sitio de mi diario oficial. Como firma, la misma que llevan: El caballero de la ardiente mirada. Es un apodo que encontré en no qué novela, y me gustó tanto, que lo he guardado para .

Otros, por haber aplicado profusamente a sus personas el color verde, fueron designados con el nombre de <i>lechuguinos</i>, si bien hay quien atribuye este apodo a la circunstancia de pertenecer los tales <i>lechuguinos</i> a los barrios de Puerta de Tierra y extramuros, donde se crían lechugas.