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Actualizado: 14 de agosto de 2024


El hijo de la señora Angustias era conocido por el Zapaterín entre sus desarrapados amigos, y mostrábase satisfecho de tener un apodo, como casi todos los grandes hombres que salen al redondel. Por algo se empieza. Llevaba al cuello un pañuelo rojo que había sustraído a su hermana, y por debajo de la gorra salíale el pelo amontonado sobre las orejas en gruesos mechones, que se alisaba con saliva.

A veces en uno verás muchas palabras, tantas, que aquél sólo te parecerá cien hombres; en cambio otras veces, y será lo más común, donde creas ver cien mil hombres, no habrá más que una palabra. Mira las palabras de dos caras, palabras-bifrontes, Janos: son las palabras de honor, llamadas así por apodo; según te necesiten las verás del bueno o del mal frente.

Al lado de ésta se hallaba en aquel instante el famoso Manuel Antonio, uno de los personajes más dignos de mención en la época que estamos historiando. Se le conocía tanto por el apodo el marica de Sierra como por su nombre.

Dicho esto soltó la vieja una carcajada nerviosa y se alejó precipitadamente de mi lado. Desde entonces tomé yo el extraño apodo o sobrenombre de Morsamor. En balde procuró Tiburcio serenar el ánimo y disipar las melancólicas aprensiones de su amigo. No tienes la culpa le dijo de que el diablo tentase a Beatricica, y de que ella se diese al diablo.

Pues habéis de saber dijo Dantchari que José Cacochipi, el hijo menor de André Anthoni la confitera, ha sido conocido siempre, urbi et orbe por el apodo de Joshé Cracasch. Este apodo lo tenía muy merecido porque Joshé era hace años, y aun hace meses, el mozo más abandonado de la ciudad y de los contornos; así que todo el pueblo, némine discrepante, lo apodaba Cracasch.

Deseaba ser conocido con los nombres de su padre; quería ser Juan Gallardo y que ningún apodo recordase su origen a las grandes personas que indudablemente serían sus amigos en el porvenir. Todo el barrio de la Feria acudió en masa a la corrida con un fervor bullicioso y patriótico.

»Después de ellas, o a par de ellas, mejor dicho, las Corvejonas, así llamadas por ser hijas de don Aniceto Martínez Liendres, Corvejón de apodo, por herencia de su padre que fue herrador y albéitar, con igual mote, como usted recordará.

Una tarde venía por bajo los sauces de Palermo el sargento Gómez, cuando de repente se topó con un ladrón, conocido por el apodo de Silvita que, acompañando a un individuo que respiraba honradez por todos sus poros, se ocupaba en contar los árboles del bosque.

¿Qué Príncipe? exclamó Delaberge algo desorientado. El cochero echóse a reír. Quiero decir el señor Princetot, pardiez... Es un apodo que le dan, tan rico es y tan poderoso... Le llaman el Príncipe y a su mujer la Princesa... Yo le aseguro a usted que son gente rica... La mitad del término es suyo.

Novela me parece a en efecto, pero contada con tan extraña candidez y en apariencia con tan poco arte, que tiene trazas, más que de algo imaginado o inventado, de relación fiel de sucesos que verdadera y realmente han ocurrido. El protagonista de la novela, el padre Juan, a quien daban por apodo Quitolis, ha vivido sin duda, pero en su ser hay mucho de simbólico y de enigmático.

Palabra del Dia

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