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Y fue al piano; porque ella era la discípula querida del Instituto y ninguna como ella entendía aquella plegaria de Keleffy, «¡Oh, madre mía», y la tocó, trémula al principio, olvidada después en su música y por esto más bella; y cuando se levantó del piano, el rumor fue de asombro ante la hermosura de la niña, no ante el talento de la pianista, no común por otra parte; y Keleffy la miraba, como si con ella se fuese ya una parte de él; y, al verla andar, la concurrencia aplaudía, como si la música no hubiera cesado, o como si se sintiese favorecida por la visita de un ser de esferas superiores, u orgullosa de ser gente humana, cuando había entre los seres humanos tan grande hermosura.

Los Gandarvas descendían del Baikounta o paraíso de Vishnú para cantar sus alabanzas y las Apsaras para tejer danzas en torno suyo. Esta serenata y este baile famosos, apellidados la rasa, se representaban aquella noche. En anchas plazas bailaban lindas bayaderas. La circunstante y bulliciosa muchedumbre gozaba en mirar y aplaudía con locura.

Su padre y su hermana, aunque no la alentasen en las devociones, nada le decían en contra, y cada día le otorgaban mayores muestras de cariño, pues a ello les invitaba la creciente dulzura y afabilidad de su carácter. Su madre la adoraba con pasión loca y aplaudía ciegamente todos sus actos de piedad. No se cansaba de alabar la virtud y el talento de su primogénita.

Era moneda tan corriente entre éstos que sus obras debían estar impregnadas de religión, monarquismo y sublimidad, que cada cual, sin conocerlas, las aplaudía de antemano, con admirable aplomo desde que el editor anunciaba que estaban en prensa.

En estos casos la fe debe salvar; pero en el caso de Doña Blanca no había fe que valiese contra la evidencia que ella tenía. Cerrar los ojos, vendárselos y remedar fe era una infamia. D. Fadrique, condenando en su corazón y en su inteligencia serena los furores de Doña Blanca, la aplaudía y ensalzaba de que pensase con rectitud y con nobleza.

Y sus hijas tambien con patriotismo, Bendan al que cayó con heroismo. Las damas Orientalas y Argentinas fundaron á su costa un hospital de sangre, en que fueron asistidos personalmente por ellas, mas de dos mil heridos del sitio de Montevideo. El mundo entero aplaudia ese golpe. No necesito confesar que he tenido muy presente la bellísima imprecacion del Sr.

Entraron en la plaza las banderas de los gremios, llevando en su remate la imagen del santo patrón del oficio; y era de ver el entusiasmo con que aplaudía el público los prodigios de equilibrio de los portadores sosteniéndolas enhiestas sobre la palma de la mano, moviéndolas a compás del redoble de los enormes y viejos tambores que hacían sonar los toques de los tercios obreros en la guerra de las Germanías.

Salva la discrepancia en que solían estar marido y mujer sobre este punto de la nobleza, don Joaquín se mostraba siempre en perfecto acuerdo con Rafaela, gustando de lo que ella gustaba, y ensalzando y aplaudiendo lo que ella ensalzaba y aplaudía.

El público le acogía a su paso con sarcasmo o con un silencio desdeñoso. Nadie aplaudía. Saludó al presidente en medio de la indiferencia general y fue a refugiarse tras la barrera, como un escolar avergonzado de sus faltas.

García sintió el estremecimiento del soldado que va a entrar en fuego. El caballero maduro no comprendía por qué se aplaudía aquella obra. Ningún efecto teatral que tuviese novedad, ningún carácter con verdadero relieve; nada más que versos sonoros, es decir, hojarasca.