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ESPÁRRAGOS A LA ANDALUZA. En una sartén con aceite se fríen ajos y corteza de pan; se retiran apenas estén dorados, echando en el aceite las puntas de espárragos con un poco de pimentón; se ponen en una cacerola de barro, cubiertas de agua con sal y pimienta.

Una noche, en Madrid, asistí a una fiesta andaluza, lo más típico, lo más español. Íbamos a divertirnos mucho. ¡Vino y más vino! Y conforme circulaban las cañas, los entrecejos más fruncidos, las caras más tristes, los gestos duros. «¡Ole!, ¡venga de ahí! ¡Esto es la alegría del mundo!» Y la alegría no asomaba por ninguna parte.

Animado con sus carcajadas, me figuré que había logrado, al fin, dar con el secreto de la gracia andaluza, y, por lo visto, comencé a desbarrar de un modo lamentable. Una de las veces que Matilde me ofrecía una caña, le dijo no quién: ¡Ojo, chiquiya, que eso es un bolo! La Serrana le hizo un guiño, que pude ver.

Conviene advertir también que las tales variaciones de pronunciación, que caracterizan el habla andaluza, son distintas según las poblaciones y comarcas, por lo cual, si por medio de la escritura nos propusiésemos expresarlas fielmente, no crearíamos un dialecto, sino doce, catorce o más.

Por el contrario, en La fragua de Vulcano, sin llegar a la desenfadada burla hecha de Baco en Los borrachos, la situación aparece dispuesta con cierta graciosísima ironía muy andaluza y poco respetuosa para los dioses inmortales.

Desde luego, la catedral es la gran maravilla de la metrópoli andaluza. Es una enorme masa de piedra, de estilo gótico del siglo XV, en su casi totalidad; pues la parte de atras es del Renacimiento, terminada mucho mas tarde, circunstancia que produce un contraste desagradable.

Mata al toro por , amor mío le grita una andaluza de tez morena y de dientes de esmalte . ¡Por Cristo! ¡no sonrías así a tu amante!... ¡Huye, José, huye, que el toro se te echa encima!...

Ella, sin duda, prevenida o amonestada por la madre, o por ventura obedeciendo al sentimiento de coquetería que reside en toda naturaleza femenina, mucho más si esta naturaleza es andaluza, no quiso ceder a aquella tácita insinuación mía. No se apartó un canto de duro de sus compañeras mientras paseamos. Y fue en vano que las llevase al parque, pues sucedió lo mismo.

Lo repito: la Granadina es seria, soñadora, poética, elegíaca, sin embargo de su vívida sangre andaluza, como lo es el pájaro cautivo, como lo es el ángel desterrado. Ella está cautiva en la red de una creciente decadencia local: ella está desterrada de la Historia. Todas las Granadinas son católicas apostólicas romanas.

Si todos los sentimientos que elevan y ennoblecen el alma cegaban al duque, todos los impulsos buenos y puros del corazón cegaban a Stein con respecto a María. ¡Cuál sería, pues, su asombro al verla sin mantilla, sentada a la mesa en un taburete, teniendo a sus pies una silla baja, en que estaba Pepe Vera, que tenía una guitarra en la mano y cantaba: Una mujer andaluza tiene en sus ojos el sol; una aurora en su sonrisa, y el paraíso en su amor.