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Actualizado: 1 de junio de 2025
Sin duda que, en mi sentir, nadie ha escrito hasta ahora una más hermosa novela que el Don Quijote, aunque yo no niego que podrá un día escribir alguien otra mejor novela; pero esta mejor novela no lo será porque se haya progresado, sino porque Dios o la Naturaleza, la Providencia o el Acaso, hará que nazca, en Rusia, en Suecia, en Francia, o quién sabe dónde, un novelista más ingenioso, más profundo y más ameno que Miguel de Cervantes.
Maneja con singular habilidad la burla y la ironía. Su ingenio es inagotable, aunque siempre ameno hasta en sus extravíos, y lleno de esa infantil serenidad que tanto nos regocija, porque no nos ofende ni degenera en amarga sátira; de casi todas sus comedias se puede recoger rica cosecha de excelentes rasgos de esta índole.
Hablando como es justo la verdad, Que el hombre es lo que solo allá les resta, Pues vemos plomo saca Melgarejo, Y hierro, con tener poco aparejo. Al Paraná es ya tiempo que dejemos, Y al Paraguay ameno revolvamos; En el cual á la clara bien veremos, Que está cifrado el bien que deseamos.
Otra grande y aparatosa muestra, colgada más arriba, en el piso principal de la misma casa, decía: Eponina, modista. Como Isidora la mirase, díjole Miquis: «Huye de esas peligrosas alturas, y vuelve tus ojos al valle ameno que está abajo. Sí; Ahí viven Emilia y Juan. ¡Qué felices son! Pues en esa casa, en ese establecimiento salutífero vas a vivir desde mañana.
El niño volvió entonces al público los cándidos ojos, con esa mirada vaga de la inocencia que parece investigar siempre algo ignorado, y prosiguió con tristeza que conmovía y sencillez que llegaba al alma: Dicen que el mundo es un jardín ameno, Y que áspides oculta ese jardín... Que hay frutos dulces de mortal veneno, Que el mar del mundo está de escollos lleno... ¿Y por qué estará así?
Se reconocía fatigado, melancólico, viejo, poco ameno, mal vestido, nada elegante, y a cada paso veía hombres cuyas prendas de entendimiento, cuyo valer moral, cuya alma, en suma, le parecían muy inferiores a lo que en su ser propio notaba y estimaba; pero que eran, al mismo tiempo, tan superiores a él en todo lo que más fácilmente se nota y se estima, como, por ejemplo, distinción y soltura en los modales, juventud, hermosura física, salud y brío, amenidad y alegría en el trato, ligereza y gracia en la conversación, que miraba como prodigio inexplicable que su mujer no gustase, más que de él, de cualquiera de dichos hombres.
Ya hemos dicho que había entrado con buen pie en la sociedad, que se le tenía por hombre ameno y divertido, y gozaba de todos los privilegios que la fortuna y el ingenio suelen conceder en la capital.
Tú dejaste el mundo, virgen pura, Porque al probar del mundo la amargura Lloró tu corazon, Y en su llanto se ahogó, como esas flores Que al derramar suavísimos olores Se ahogan con su propia emanacion. Dios abriendo sus manos desde el cielo Distribuye sus dones generosos: Al árbol dá los frutos deliciosos, Y al valle ameno la fragante flor.
Según los datos suministrados por algunas vecinas que asistieron o tuvieron conocimiento inmediato de su presentación, había motivos para afirmar que poseía además ingenio profundo y ameno a la vez, unido a un corazón verdaderamente heroico. Con tal motivo, Mario siguió entrando en la casa, aunque sin comer ni dormir en ella.
Necesitaba vivir, ver mundo, y renunció a sus estudios. ¿Qué le importaban las leyes y costumbres romanas y los cánones eclesiásticos para pasar una buena existencia? Ya sabía bastante. En realidad, lo mejor y más ameno de sus conocimientos se lo debía a su madre, cuando él vivía, siendo niño, en el palacio, sin haber visto maestros.
Palabra del Dia
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