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Actualizado: 3 de octubre de 2025
Se comprendía que el capricho reinaba allí soberano, con un asomo de avaricia quizá... ¿o de escasez? ¡Es tan difícil poder determinar eso en el primer momento! La casa de los señores: dos pisos, un techo de tejas rojas con canaletas amarillas, yedra alrededor; buen aspecto, en resumen. Y un no sé qué de... en fin, ustedes comprenden... ¿El señor barón está en casa?
Las olas, enormes, amarillas, venían de tres o cuatro partes diferentes y se rompían en un torbellino de espumas. En este momento, Larragoyen, quitándose la boina, dijo: Un padrenuestro por el primero de nosotros que se ahogue. Confieso que la cosa me hizo muy mal efecto. Rezaron todos; yo miraba a lo lejos.
Los soldados faltos de dinero miraban con envidia y hambre á las mujeres estacionadas en las puertas: criaturas de lujo é ilusión, con faldellines orinados llenos de lentejuelas, altas botas y medias amarillas. El capitán iba por las cumbres de estas calles, deteniéndose para apreciar el rudo contraste entre ellas y su vista terminal.
Después le parecía que los muros se apartaban: se encontraban en el interior de una gran sala, cuyas paredes estaban tendidas de negro; en el fondo había una mesa con un crucifijo y dos velas amarillas, y sentados alrededor de esta mesa cinco hombres de espantosa mirada, cinco inquisidores vestidos con la siniestra librea del Santo Oficio.
De serlo Lisboa, el imperio colonial español habría resultado algo orgánico, sólido, con vida robusta. Pero ¿qué podía esperarse de una nación que había puesto su cabeza en la almohada de las amarillas estepas interiores, lo más lejos posible de los caminos del mundo, y sólo enseñaba sus pies á las olas?...
Millares de luces rojas, verdes, amarillas, carmesíes, grises y azules ardían dentro de él, poblando el pavimento, la techumbre y las paredes, descomponiéndose en infinitos matices que regocijaban los ojos y los deslumbraban.
El doctor Cornelius era un hombre rechoncho, algo jorobado, triste y desagradable. Tenía barbuchas amarillas y deshilachadas, la expresión suspicaz y un color de manteca de Flandes. Decían que era judío. Llevaba una bata vieja y una gorra de pelo. El maestro Ewaldus tenía en su cuarto libros en todos los idiomas y hablaba muchas veces solo consigo mismo en latín.
Entre la plata, que era lo que más abundaba, brillaban los centenes como las pepitas amarillas de un melón entre la pulpa blanca. Con mano trémula, el asesino lo recogió todo menos la calderilla, y se lo guardó en el bolsillo del pantalón.
Demetria abraza á todas sus amigas y sube al que tiene las jamugas. El mayordomo monta en el suyo brioso. ¡Adiós, adiós! Luego se retira demudado como si fuera á caer. ¡Adiós, adiós! Trabajos y días. Llegó el otoño. Las vegas comenzaron á ponerse amarillas; el ganado bajó del monte; los paisanos se aprestaron á cortar el maíz.
Los balcones y puertas estaban adornados con centenares de banderitas rojas y amarillas, que daban a la plazuela el aspecto de un buque empavesado; y este derroche de ondeante percalia extendíase por las calles adyacentes.
Palabra del Dia
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