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Así, se levanta en una cordillera de escarpadas montañas un picacho inaccesible, donde al parecer se divisan algunos restos de un antiguo edificio: un hombre curioso y atrevido concibe el designio de subir allá; mira, tantea, trepa por altísimos peñascos, se escurre por pasadizos impracticables, se aventura por el estrechísimo borde de espantosos derrumbaderos, se ase de endebles plantas y carcomidas raices, y al fin cubierto de sudor y jadeando de cansancio, toca á la deseada cumbre, y levantando los brazos clama con orgullo: «¡ya estoy arriba!....» Entónces domina de una ojeada todas las vertientes de las cordilleras; lo que ántes no veia sino por partes, ahora lo ve en su conjunto: mira hácia los puntos por donde habia tanteado, ve la imposibilidad de subir por allí, y se rie de su ignorancia.

Pero del Xexuí arriba es mayor el encanto de los ojos; porque unas veces se descubre un ramo de la cordillera todo poblado de árboles, otras veces se presenta una campaña llena de yerba muy verde, otras se ven inmensos palmares, de una especie particular de palmas, porque los troncos son altísimos y derechos, la madera dura y la copa redonda, con las ramas semejantes á los palmitos de que hacen las escobas en Andalucía.

Aquello se convirtió en un desastre... La estancia tiene un parque y hay una avenida de sauces altísimos, que llega hasta un riacho, como a media legua de la casa; es un sitio precioso, sobre todo en las noches claras.

La aldea se compone de unas 25 ó 30 chozas miserables, diseminadas sin órden alguno sobre el plano arenoso de una vega circundada de altísimos bosques, y en toda el área del pobre caserío multitud de palmas de cocotero hacen flotar al viento sus rizados plumajes.

Los troncos, esbeltos y altísimos, tenían en su remate una copa reducida, pero su enorme cantidad formaba una compacta masa verde, una bóveda que mantenía al suelo en perpetua sombra. Al filtrarse los rayos de sol por el caparazón de hojas, llegaban a la tierra húmeda como varillas de oro atravesando oblicuamente la penumbra del subterráneo.

Contaba con algo por el estilo al disponer el programa del festín, y aun en los comienzos de éste anduvieron bastante ajustados a la palpable realidad sus cálculos de tantos días; pero el vuelo inesperado que tomaron las peroraciones de tantos y tan ilustres comensales; aquel mezclarse los panegíricos de sus virtudes cívicas y políticas, de sus altísimos merecimientos personales, con las cuestiones más candentes de la actual gobernación del Estado, en boca de los hombres que tenían en sus manos los destinos de la patria; aquel cielo de esplendores y de gloria; aquella radiante apoteosis a que se le elevaba de pronto y por tales gentes; todo aquello, que levantaba cien codos por encima de sus cálculos, aunque no de sus «nobles ambiciones», era más que suficiente para dar al traste con la serenidad de un estoico, cuanto más con la de un hombre como él, tan trabajado por «los acontecimientos» y hasta por los achaques y los años.

Veíanse muchísimas mangustanas cargadas de sus deliciosas frutas; gigantescos durines cuyas ramas se rendían al peso de las suyas, que son del tamaño de sandías, de enorme peso y envueltas en agudas espinas; buá bangha o artocarpi integrifoglia, altísimos, con enormes ramas, y que dan los mayores frutos de la tierra, pues dos hombres no pueden apenas con una de ellas, frutas bastante nutritivas y que maduran todo el año, y mangos silvestres.

Nada tan pintoresco como aquella parada en medio de la nieve, en el fondo del desfiladero rodeado de abetos altísimos que llegaban hasta las nubes; a la derecha, los valles se unen unos a otros hasta perderse de vista; a la izquierda, las ruinas del Falkenstein se recortan en el cielo.

Hacía más imponente el cuadro el contraste de la luz del sol iluminando gran parte de los altísimos peñascos más próximos y reluciendo a lo lejos sobre las veladuras de los Picos, con la tétrica penumbra del fondo de aquel brocal enorme, cuyo lado más bajo me servía a de observatorio.

Se hallaba ésta a un lado de la carretera y tenía delante una frondosa alameda de árboles altísimos. La casa era de piedra, grande y negruzca, y estaba rodeada de construcciones bajas, de ladrillo. El capataz nos dio ropas nuevas, y al día siguiente comenzamos a trabajar en el campo.