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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Debía ser el médico de San José, al que había encontrado en muchas ocasiones a caballo o guiando un carrito; un practicón viejo, calzando alpargatas como los payeses, y que sólo se diferenciaba de éstos por la corbata y el cuello planchado, signos de superioridad social mantenidos por él cuidadosamente.

En los primeros días de su estancia en la torre, como las necesidades de la instalación le obligaban a ir a la ciudad, conservó su traje; pero poco a poco prescindió de la corbata, del cuello de camisa, de las botas. La caza le hizo preferir la blusa y el pantalón de pana de los payeses. La pesca le aficionó a marchar con los pies desnudos dentro de unas alpargatas por playas y peñascos.

Aquella multa era una amenaza para el calzado de sus hijos; iba á llevarse el montoncito de ochavos recogido por Teresa para comprar alpargatas nuevas á los pequeños. Al pasar frente á la taberna, se ocultó Pimentó con la excusa de llenar el porrón, y sus amigos fingieron no ver á Batiste. Su aspecto de hombre resuelto á todo imponía respeto á los enemigos.

De las viguetas del techo pendían baterías de cocina, y en las estanterías se alineaban piezas de tela, botes de conservas, ferretería, alpargatas, objetos de vidrio, pero todo tan viejo, tan oxidado, tan mugriento, que, lo mismo comestibles que objetos, parecían sacados de una excavación después de un entierro de siglos.

Vea, Garona, tiene que preparar una buena comidita para don Melchor y esos mozos, ¿sabe? decía Baldomero al dueño de casa, casa que aventajaba sin duda a la más surtida y completa de las de la misma capital, pues era hotel, tienda, ferretería, almacén, bar y... ¡botica! todo junto, bajo la conspicua dirección de su dueño, Saverio Garona, italiano gordo y bonachón que usaba alpargatas y chambergo.

No le usted el señorío y boato que reclama, y entregará su cuerpo al demonio... El hombre es más digno y noble; se preocupa de otras cosas que de los trapos, y por eso es él quien debe mandar y dar dos palos a tiempo para que se le respete. Con blusa y alpargatas se siente muchas veces mejor que tirado de chistera y de gabán.

El que soñaba con cubrirse de gloria y ser caudillo famoso antes de los treinta años, no pensando más que en combinaciones estratégicas y originales fortificaciones, tiene que ocuparse del lavado y adecentamiento de unos cuantos mozos cerriles que llegan del campo oliendo a excesiva salud; probar el rancho, hablar de calzoncillos y camisas y calcular la duración de borceguíes y alpargatas.

La limosna no bastaba ni con mucho; en vano se privaba ella hasta de su ordinario alimento, para disimular en casa la escasez; en vano iba con las alpargatas rotas, magullándose los pies. La economía, la sordidez misma, eran ineficaces: no había más remedio que sucumbir y caer diciendo: «Llegué hasta donde pude: lo demás hágalo Dios, si quiere».

Mi criado, que venía atrás, al pie de la mula que llevaba a una de las niñitas, se encargaría de mi exhausta montura. «Ahora, amigo, arreglemos el alquiler». Daba vueltas al sombrero de paja, sacaba y volvía a meter en la cintura el inevitable par de alpargatas nuevas, me hablaba largamente de las condiciones de su alazán, que tenía galope, cosa rara en los caballos de montaña, etc.

Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que, si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda.

Palabra del Dia

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