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Actualizado: 7 de julio de 2025


Un viejo ministo, abierto al breviario, al pié de la cama murmuraba quedo una honda plegaria. Tendida en el lecho la pálida enferma, sintiendo cercana la hora de la muerte, con voz apagada a todos sus hijos a todos llamaba. Tortura el silencio de la triste alcoba, angustia la calma de aquel cuadro negro.

Que si no quiere usted hacer las obras, las haré yo por mi cuenta... ¡vaya! Eso es otra cosa. Siempre que sea bajo mi vigilancia y... Pase, pase y verá... Al fin Plácido se dignó entrar por el pasillo adelante. Fue a la cocina, echó un vistazo a la alcoba interior que estaba llena de grietas... «No se pueden hacer obras cada vez que lo pide un inquilino, porque sería el cuento de nunca acabar.

Se encerraba en su despacho o en su alcoba y recitaba grandes relaciones como él decía, de las más famosas comedias, casi siempre con la espada en la mano. Así le había sorprendido su mujer, sin que él lo supiera nunca, la noche de Noche buena. Verdad es que había cenado fuerte el buen señor y se le había ocurrido celebrar a su modo el Nacimiento de Jesús.

Al pasar por delante de la alcoba de Tirso, notaron que roncaba. ¿Oyes? preguntó ella. ; escucha, escucha cómo le quita el sueño la emoción de estar en su casa. Adiós, Pepito, hasta mañana. Abur, monigota, fea. Tonto, pareces un chiquillo. A los pies de Vd., señora; fea, espantosa.

Había cerrado la noche. Venturita encendió la lámpara veladora, y después se fué. Pablo, viendo a su madre mejor, y no teniendo ya ocasión de ejercer sus derechos señoriales en los pasillos de la casa, fué a dar una vuelta por el café. Quedaron madre e hija en la alcoba; la primera en la cama, tranquila ya; la segunda, sentada cerca de ella.

Id sin cuidado; ya os lo he dicho, estoy resuelta. ¡Adiós! repitió el tío Manolillo, y salió por la puerta de la alcoba. Que entre ese caballero dijo Dorotea. Y puso de nuevo los ojos en su papel, tranquila, serena, como si nada la hubiera acontecido. Sólo la quedaban como vestigio de la tormenta dos círculos ligeramente morados alrededor de los ojos.

Cuando por la noche estaban doña Manuela y Leocadia acostando a don José, éste dijo a su hija: ¿Suele venir Pepe muy tarde? No: casi siempre antes de las doce. Pues espérale hoy y dile que entre a la alcoba: tengo que hablar con él. Madre e hija adivinaron de lo que se trataba, mas ninguna dio a entender la sospecha. A todos sorprendía por igual el prolongado silencio de Tirso.

Me parecía ver a mi madre esperándome en la escalera con una espada de fuego... subí temblando... Tardé más de una hora en volver a mi cuarto, porque no andaba, sino que me arrastraba lentamente para no hacer ruido. Al fin, llegando a la alcoba, corrí a tu cama para confesártelo todo y no estabas allí. Figúrate cuál sería mi confusión.

¡Don Francisco de Quevedo! dijo á la puerta anunciando Casilda. ¡Ah! ¡ese hombre! ¡ese hombre! exclamó el bufón. Dejadme sola con él dijo Dorotea. El bufón salió por la alcoba. Dorotea le siguió. ¡Ah! no quieres que te escuche dijo dolorosamente el bufón ; pues bien, adiós. Y salió por la puerta de escape de la alcoba. Después volvió á la sala. Ya estaba en ella Quevedo.

Después la cama de la fonda en Santurroriaga... ¡con él!..., y ahora esta alcoba, porque la cama es la mía.

Palabra del Dia

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