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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Su bisabuelo había sido, después de Jerónimo de Aliaga, del alcalde Ribera, de Martín de Alcántara y de Diego Maldonado el Rico, uno de los conquistadores más favorecidos por Pizarro con repartimientos en el valle del Rimac. El emperador le acordó el uso del Don, y algunos años después los valiosos presentes que enviaba a la corona le alcanzaron la merced de un hábito de Santiago.

Esta tarde misma llegó la partida que se habia despachado de madrugada, con la noticia de haber hallado un rastro que tiraba hácia la costa del mar: se despacharon en el acto seis indios, cada uno con tres caballos, á viajar la campaña: al nominado arroyo se le dió el nombre de San Pedro de Alcantara. Dia 20.

Y le cogió el rostro a la niña y le dió un beso en cada mejilla, diciéndole al mismo tiempo: He tenido una gran suerte en conocerla. Hacen falta en mi salón niñas lindas y simpáticas. Y cada vez más alegre, sin saber por qué, se despidió y siguió adelante diciéndose: "¿Que diablo de interés tendrá Pinedo en convertir en santo a ese perdido de Alcántara?"

No hacia menos interesante este castillo la malhadada suerte de su dueño D. Alonso Fernandez Coronel, sitiado en él por el rey D. Pedro en persona y por el maestre de Alcántara D. Juan Nuñez de Prado, vencido tras una obstinada defensa y en sus propios estados degollado.

En este momento empezaba en realidad la jornada. Las galeras hicieron su derrota por las escalas de las islas Gozzo, Lampadosa y Querquenes, bajando de ésta á tomar el canal de Alcántara y costear la isla de los Gelbes, entre ella y la tierra firme hacia Oriente, con objeto de entrar en la Roqueta de los Gelves, donde se hace aguada.

¡; lo mismo que a su papá! respondió furioso Castro ¿Vosotras, por lo visto, os habéis llegado a figurar que soy un cadete de infantería? Pues ya veréis lo que me importa por esa señora.... ¿De veras? preguntó Alcántara. De veras: me voy aburriendo ya.

Y todos lo creyeron; porque en este ramo del saber humano no tenía rival en Madrid, si no era el duque de Saites, reputado como el primer mayoral de España. Ah, vamos, falta de luz. Tampoco. Rafael Alcántara se encogió de hombros y se puso a hablar con los que tenía cerca. Era un joven rubio, de fisonomía gastada, ojos pequeños y verdosos, malignos y duros.

Antes de que cumpliera los quince años, don Íñigo la había prometido en casamiento a su primo Lope de Alcántara, con quien le ligaba, fuera de un fraternal afecto, una noble emulación en la fidelidad y el sacrificio. Era el tal Lope un caballero cincuentón de infelice rostro, y sólo adornado de las más severas virtudes.

Papá: dijo aprovechando un momento de pausa . Ahí viene aquel joven amigo tuyo, que mantiene a su madre y a sus hermanas. Clementina y Pinedo volvieron al mismo tiempo la cabeza y vieron llegar a Rafael Alcántara, el célebre calavera que hemos conocido en el Club de los Salvajes. ¡Que mantiene a su madre y a sus hermanas! exclamó la dama con asombro.

Sin saber por qué razón, pues nunca le había sido muy simpática, le dió toda la noche por servirla y requebrarla en voz baja. Cuando se puso un poco alegre, le dijo a Alcántara que estaba del otro lado: Con tu permiso, Rafael, voy a dar un beso a Nati. Y se lo dió sin aguardar respuesta. Rafael no hizo maldito el caso. Poco después volvió a decir: ¿Permites, Rafael? Y ¡zas! le encajó otro beso.

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