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Actualizado: 8 de junio de 2025
El autor de la ruidosa alarma, el que había dado el grito, se vió sobrepasado y anulado por la tromba persecutoria que acababa de provocar.
Responde él negativamente: se propone pasar allí dos ó tres días y alojará en la célebre posada de la Garduña. Ella duda. El día anterior le vió en la romería hablando quedo y aparte con Celedonia, una viuda hermosa del valle de Bimenes. Y se alarma pensando si su esposo correría como otras veces á olvidar el lecho nupcial en los brazos de aquella sirena engañadora.
Perezoso, afecto a la embriaguez, irascible, camorrista y valiente como era, comenzó a turbar con frecuencia la paz de este pueblo, tan tranquilo siempre, y no pocas veces, con sus escándalos y pendencias, puso en alarma a los habitantes y dió que hacer a sus autoridades.
Le defenderemos rectificó calurosamente el digno notario. Cuando Carlos volvió encontró a su madre adoptiva ligeramente preocupada. Una nube fugitiva que se ponía algunas veces en sus tranquilas facciones obscurecía el brillo de sus bellos ojos, tiernamente fijos en él y en los que se leía una vaga alarma. Una carta para ti dijo dándole un sobre blasonado. El joven la abrió y la leyó rápidamente.
¡Necesito! ¡Cómo sonó este verbo en el cerebro del santo varón! Lo había oído tantas veces en momentos terribles, que era para él como una voz de alarma que le erizaba el cabello y le detenía la circulación de la sangre. Su abatimiento era tan grande, que si tuviese allí la botella, quizás, quizás la apurase valientemente de un trago.
Se repartieron fraternalmente las cinco galletas, que desaparecieron en dos bocados, y después, tendiéndose sobre las esterillas, se entregaron al sueño bajo la vigilancia del piloto, pues habían pasado la noche en constante alarma. El día transcurrió lentamente, sin que los piratas intentaran un nuevo ataque.
Cuando llegaba, después de amanecer, a los Cuatro Caminos, encontraba ya a Pepín en medio de la calle reclutando muchachos para alguna excursión a Amaniel con carácter de razzia, que ponía en alarma a los dueños de los merenderos. Maltrana, al levantarse, ajustaba sus cuentas con el padrastro, dándole lo que podía por el alquiler del cuarto.
El enano huyó también dando gritos, y a poco la servidumbre entera del palacio corría por todas partes azorada, abriendo y cerrando puertas, e infundiendo la alarma por todo el vecindario.
Y mientras llegaba el momento de la rebeldía, los representantes del partido en la cuenca minera, que eran en su mayoría taberneros, derramaban en la irritada masa el consuelo del alcohol y de las teorías revolucionarias. El Milord, en la tertulia de los contratistas, hablaba, con alarma, de los pinches de las minas.
Un ligero carmín lo coloreó; la sangre y la vida circulaban por sus venas... Y, entretanto, sentíase bañado por mis lágrimas, y percibía los latidos de mi corazón, que, a mi pesar, le ponían de manifiesto mi alarma y mi amor. »¡Angel del cielo! exclamó. ¡Eres tú quien me llama y quien busca mi alma!
Palabra del Dia
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