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Actualizado: 12 de junio de 2025


No faltó a una sola representación y aun logró asistir a los ensayos. El duque consiguió de la primera cantatriz que la diese algunas lecciones, y después, del empresario, que la ajustase en su compañía. Pero el ajuste a que se prestó el empresario, fue en calidad de segunda; propuesta que fue arrogantemente desechada por ella.

La mano izquierda de Paz, cuando recibía de la derecha una nueva onza ó doblón, se cerraba, apretando los robustos dedos y aferrándose sobre el oro con la firmeza y el ajuste de una máquina. Al fin iban desapareciendo del suelo las áureas piezas. Quedaban cuatro, tres, dos; quedaba una.

También mandó Guillermina despejar la habitación y que se apagaran las luces. Entre la mucha gente que había entrado, veíanse dos mujeres muy bien vestidas a la chulesca, con mantón color café con leche, delantal azul, falda de tartán, pañuelos de color chillón a la cabeza, el peinado rematado en quiquiriquí con peina de bolas, el calzado de la más perfecta hechura y ajuste.

Ha perdido la voz respondió la condesa , de resultas de una pulmonía. ¿Lo ignorabas? Tan ajeno estaba de ello respondió Rafael , que le traigo magníficas proposiciones de ajuste para el teatro de La Habana. Pero ¿en qué ha venido a parar? Ya que no puede cantar dijo el general , seguirá probablemente el consejo de la hormiga de la fábula, aprenderá a bailar.

Yo me hice francés en aquel momento y no dejé de mano mi negocio. Por siete francos me ajusté, le dije; los he pagado, nada debo. En mi hotel hay costumbre de pagar aparte el servicio de la habitacion. Usted es muy dueño de establecer en su hotel todas las costumbres que le parezcan convenientes, pero no de establecer costumbres con la condicion de que yo las he de pagar, cuando las ignoro.

Consulté mi reloj: eran cerca de las dos... Oía a la distancia los sonidos de un piano y el rítmico rozar de los danzantes... ¡Mis bodas! Me alisé el pelo, me ajusté la corbata, y, francamente, mi más grande satisfacción habría sido irme a tenderme en mi vieja cama y subirme la cobija hasta las orejas, en lugar de... ¡Brrr! En fin, ¿qué hacer? Me dirigí, pues, a los salones.

Gallardo reíase de los antiguos aficionados, graves doctores de la tauromaquia que juzgan imposible un percance mientras el torero se ajuste a las reglas del arte. ¡Las reglas!... El las ignoraba, y no tenía empeño en conocerlas. Valor y audacia eran lo necesario para vencer.

260 Me refalé las espuelas, para no peliar con grillos; me arremangué el calzoncillo, y me ajusté bien la faja, y en una mata de paja probé el filo del cuchillo. 261 Para tenerlo a la mano el flete en el pasto até, la cincha le acomodé, y, en un trance como aquél, haciendo espaldas en él quietito los aguardé.

Bastole una mirada para hacerse cargo de la situación, y arrojándose del caballo, se dirigió al cañón más próximo, que se hallaba cargado; cogió las palancas de ajuste para cambiar la dirección, apuntó al pie de las escalas y, aplicando una mecha encendida que encontró por allí, hizo fuego.

¿Quién es ese goven? preguntó a Diógenes. ¿Goven?... ¡Polaina!... Dos años me lleva a , y tengo sesenta y tres; conque ajuste usted la cuenta. Estiróse la cara de pasmo perpetuo de sir Roberto, y Diógenes acrecentó su asombro, añadiendo muy serio: Ahí, donde lo ve usted, lleva en el cuerpo treinta y dos cosas postizas. ¡Oh, señor de Diógenes! Usted estar un andaluz muy crecido...

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