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Actualizado: 11 de julio de 2025
El viejo despertó sobresaltado. Descorrió precipitadamente el cerrojo, pero dando un grito retrocedió ante la choreante y deshecha figura que vacilaba en el umbral. ¡Federico! ¡Silencio! ¿Despertó ya? No; ¿pero... Federico? ¡Calla, animal! Tráeme un poco de aguardiente, vivo.
¿Por qué no sangras á ese cerdo? dijo Joyana al oído á su amigo. Plutón guardó silencio. Se escanció dos copas de aguardiente y se las vertió en el estómago una tras otra. Luego se alzó del asiento y se acercó con indiferencia al grupo en que se hallaba Martinán. ¡Jesús! exclamó éste poniéndose pálido. ¡Me han herido! Se llevó ambas manos á la cintura, vaciló un instante y cayó desplomado.
Se morirá de borracho contestaba Ripamilán. No señor, ¡se muere de hambre!... Se muere de aguardiente. ¡De hambre!... Y llegaba don Robustiano al corro y hablaba la ciencia: Yo no acuso a nadie, la ciencia no acusa a nadie; otra es su misión.
Que durmiese; ya lo vería después: no tenía prisa. Se sentó en un banco, ante una mesa de tablas desunidas, contemplando el magnífico panorama. La mujer quiso obsequiarle... ¿Un poco de aguardiente? Pero él hizo un gesto de repugnancia. Agua, nada más que agua. Y ella sacó un jarro de la obscura tienda, que exhalaba un hedor de salazón, bebidas alcohólicas y grasa.
Muchos fingían indignación ante la brutalidad de esta «porfía», pero en el fondo de su ánimo escarabeajaba cierto orgullo por el hecho de ser tales hombres sus vecinos. ¡Vaya unos mozos de hierro que cría la huerta! El aguardiente pasaba por sus cuerpos como si fuese agua.
Se corta un kilo de tocino gordo a cuadraditos; se mezcla en la carne y se echa una cucharada de aguardiente por cada kilo de carne; hecha la mezcla se pone ésta en una bolsa de tela, se ata fuertemente y se deja escurrir un día.
Se quitaban la boina para sacudirla el agua, dejaban en el suelo el barro de sus zapatones claveteados, y sorbiéndose una taza de café con toques de aguardiente, discutían con la tabernera la comida que había de prepararles para las once, cuando emprendiesen el regreso al pueblo.
Todos se pirraban por meterle miedo y verle compungido. El Gobernador estuvo más de media hora hablándole del infierno y de las penas de los condenados; tizonazos por aquí, requemones por allá... ¡Como si hablase a la pared! El se reía, y de vez en cuando pedía una copa de aguardiente.
Yo no sé si don Jorge había ocultado su baraja con el aguardiente como objeto prohibido a la comunidad, lo cierto os que, valiéndome de las propias palabras de la madre Shipton, «no habló una sola vez de cartas» durante aquella noche. Menos mal que pudo matarse el tiempo con un acordeón que Tomás sacó con aparato de su equipaje.
Una mañana, al romper el día, D. Salvador, que había hecho noche entre Santa Ana y Chinche, después de haber dejado a su izquierda una pequeña población llamada Buenos Aires, cerca de Chancamayo, la que, según me decía, le había hecho acordarse de los porteños; una mañana, pues, se puso nuevamente en camino, con el espíritu alegre, la mula descansada y caliente el estómago con un trago de aguardiente.
Palabra del Dia
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