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Actualizado: 15 de junio de 2025
Por este tiempo y acostumbrados los naturales á los azares de la guerra, y ora generalizándola y dirigiendo sus ataques al establecimiento, ora localizándola de ranchería á ranchería y de caudillo á caudillo, tenían á los pocos españoles en una continua zozobra, la cual se aplacó un tanto con la llegada de los navíos Santiago y San Antonio, los cuales sucesivamente tomaron puerto en Agaña, el año 1672 y 1673.
Ya hemos visto cómo el jesuíta Diego San Vítores, una vez instalado en las islas de los Ladrones, logró excitar el celo y caridad de Doña Mariana de Austria, bien por cartas, ó bien por elocuentes frases del Padre Nitarht; siendo lo cierto que consiguió de aquella reina el título de ciudad para el pueblo de Agaña, y una donación de 3.000 pesos anuales para al establecimiento de un colegio y escuelas que atendieran á la cultura de los habitantes de aquellas islas, que hoy llevan su nombre, el cual le fué puesto por estos y otros beneficios que aquellas recibieron de la esposa de D. Felipe IV. Merced á tan piadosa institución que hoy tiene cuantiosos fondos y se la conoce por San Juan de Letrán, se ha construido un espacioso colegio en Agaña y escuelas en todos los barrios, cuidando los encargados de las cabecerías que ningún niño ó niña deje de concurrir á aquellos modestos templos de enseñanza.
Cerremos el libro de Los viajes por su página de Marianas, y si no hemos llegado á convencer de que en Guajan, hay siempre un consuelo y un remedio á toda necesidad, pregunten á los que allí hayan sufrido y ellos contestarán. Confundamos las páginas del viajero de la Urania, con las de otros compatriotas suyos, y continuemos en la descripción de la isla de Guajan. La plaza de Agaña. La iglesia.
Con la conducta observada por D. Juan Santiago y por su sucesor D. Damián de Esplana, que con decisivo tesón continuó en la obra de reducción, se pudo ir asegurando la tranquilidad en las islas, en las cuales fueron construyéndose iglesias y casas de instrucción, habiéndolas en gran número de pueblos, cuando llegó á Agaña en Junio de 1676 el navío San Antonio, conduciendo á su bordo al capitán D. Francisco de Irrisari, primer Gobernador de Real nombramiento de las islas Marianas.
Gracias á Dios exclamé, que ya he oído algo que corresponda al pomposo título de ciudad que lleva Agaña; mas al observar que por ningún lado veía torre ni torreón, no pude menos de interrogar al Padre, á fin de que me mostrara dónde estaba situado el aparato. El aparato me replicó con tono amargo mi compañero de paseo, que no es ninguna vulgaridad, está allí; y me señaló el hueco de la ventana.
El Gobernador de Marianas tiene, es decir, es de presumir tenga reloj, pues si no lo tuviera no hay caso, en la época que estuvimos allí lo había porque lo tenía: dicho reloj daba sus campanadas regulares, llegando difícilmente al oído de un centinela que perennemente está bajo el bronce de la esquila, para que otro minutero viviente, que incesantemente escucha desde la Atalaya, diga al pueblo de Agaña en el bronce de una campana, mayor que la que le da el aviso.
La sucesión de cosechas y el uso de sus semillas si no se reemplazan, concluyen por matar el producto nativo, sustituyéndolo por otro que ni en sabor, formas, ni dimensiones se le asemeja. En los cercos de Agaña y en los pueblos limítrofes, como en sus barrios de Anigua, Asang y Tepungang, hemos visto cultivarse algunas hortalizas con buenos resultados.
Luego que se toma tierra, quedan unas cinco millas que andar hasta llegar á la ciudad de Agaña, trayecto que generalmente se hace en pequeñas carromatas de ruedas de una sola pieza, tiradas por novillos, los que también se emplean para silla, prestando toda clase de servicios de carga y arrastre.
La población de Agaña ya hemos dicho es espaciosa y limpia; el estar enclavada en terreno arenisco y gozar de las vertientes del monte á cuya falda se asienta, constituyen una de las condiciones que determinan el aseo que en ella predomina; el monte suministra en las aguas que vierte cantidad bastante para ahogar el polvo, no originando sucios charcos el suelo por su esencia arenisca al par que la compacta superficie que lo forma.
Marianas en el siglo XVIII. La misión dirigida por el Padre San Vítores desembarcó en la isla de Guajan, estableciéndose en el pueblo de Agaña, en donde inmediatamente principió su obra de conversión.
Palabra del Dia
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