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A poco de pasar el viajero el pequeño puente de madera de Asang, y dejar á su espalda la tajada roca, por cuyo granítico plano vierten los vecinos montes cristalinas aguas, que la previsión del natural detiene en tanques de piedra, se divisan las primeras casas de la ciudad de Agaña, presentando su entrada una espaciosa calle formada en su mayoría de pequeños edificios de tabla y teja, entre los cuales sobresalen algunos de piedra y otros de cogon y palma.

El monte de Santa Rosa. La atalaya. El reloj de Agaña. Faro original. Vida en Marianas. Casas, huertas, cultivos, ríos. Vegetación de Oriente. El árbol del pan, y el dug-dug. Cageles. La isla de Pagan. Riqueza perdida. Desconocimiento del país. Reputaciones usurpadas. En tierra de ciegos.. Hormigas coloradas y ratas. Los caballos y las auroras.

En la lengüeta que une los dos ensanches que forman aquellas, se eleva la ciudad de Agaña, capital del Archipiélago de Marianas. Las costas de Guajan en su general perímetro, las constituyen, multiplicados arrecifes y bancos madrepóricos que se internan mar adentro desde rocas escarpadas donde nacen.

Pocos paisajes habrá en el mundo tan hermosos como el que presenta el cuadro que se desarrolla desde Punta Patí, hasta las primeras casas de Agaña: unas cinco millas, las separan del puerto como ya dijimos; cinco millas, en que la vista se recrea con todas las maravillas de que el Creador dotó el suelo.

Se conocen á mas del anterior, los de Agaña, Tepungan, Daví, Jatí, Merizo, Sajayan, Actayan, Inarajan Tarofofo y Pago, los cuales por sus escasas proporciones y por las revueltas que á ellos llegan las mares, los tiene de antiguo completamente abandonados el uso. Una vez anclada la nave en el puerto de Apra, hay que recorrer una larga extensión hasta llegar á la playa.

Restos de estas antiguas costumbres y reminiscencias de aquellas fiestas todavía se conservan en Marianas. El autor de estas líneas ha presenciado algunas escenas entre los carolinos residentes en Agaña, en las cuales se refleja las primitivas tradiciones.