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Actualizado: 5 de julio de 2025
¡Que me calle!... ¡que me calle! ¡Ah!, esposa mía, esposa adorada, ángel de mi salvación... Mesías mío... ¿Verdad que me perdonas?... di que sí. Se levantó de un salto y trató de andar... No podía.
Pero no se daba por ofendido; al contrario, sentía cierto deleite en que la mamá de su adorada le reprendiese, le tratase con tal excesiva confianza: le parecía que de tal modo se acortaba cada vez más la distancia que mediaba para ser su hijo. Pero la gran dificultad para esto y para todo en aquella casa era D. Pantaleón. No lo parecía.
Ramoncito se había puesto rojo de ira al oir tratar con tal desprecio a su adorada, sin tener presente que un momento antes había hecho él lo mismo. Y hubiera arremetido a la Amparo con alguna insolencia gorda, si ésta no se hubiese alejado sin fijarse poco ni mucho en la desazón que causaba.
Pepe escribió a su novia de esta suerte, mezclando con las frases de amor el recelo que le inspiraba aquel hermano desconocido: «Adorada Paz: Tienes razón: Aunque nos vemos casi diariamente, son tan pocas las ocasiones en que podemos hablar con libertad, que por fuerza han de ser nuestras cartas largas y frecuentes.
Quilito se debatía, diciendo que, puesto que había deshonrado las canas de su padre, debía sufrir el condigno castigo; que él no se atrevería ya a afrontar su mirada, y que la idea que Susana, su adorada Susana, conociera su delito, le enloquecía... No, yo no podré resistir esto, no podré, no podré.
Le invadía una inmensa ternura; sólo ambicionaba pasar horas y horas en contacto con aquel cuerpo, estrechándolo fuertemente, cual si quisiera abrirse y encerrar dentro de él a la mujer adorada, como el estuche guarda la joya.
La casa, un poco sombría por el abandono del conde, el humor tétrico de la tía Etelvina y el carácter débil de Isabel, había cambiado notablemente de aspecto. Estaba ahora riente, sonora, gozosa, merced al ambiente de franqueza y alegría que mi adorada esparcía en torno suyo. El conde paraba más tiempo en casa.
Se le volvió el alma de arriba abajo a Miguel de Cervantes, y temblaba de cólera, y al mismo tiempo se le alegraba el corazón, porque oyendo estaba que se le venía a las manos la mejor manera que podía haber deseado de castigar a don Baltasar de Peralta y libertar de él a su adorada y ya imposible doña Guiomar.
Casi llegó a olvidar a los enemigos que le rodeaban. Pensaba con inquietud en Margalida. Sintió el escalofrío del enamorado cuando adivina la proximidad de la mujer adorada y duda de su suerte, temiendo y deseando al mismo tiempo su aparición.
No pudiendo bailar con su adorada ni hablar a solas, tanto por prudencia como por las muchas obligaciones que aquella noche pesaban sobre ella, se consolaba oyendo a Lola relatar pormenores referentes a su amiga.
Palabra del Dia
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